Nunca creí que una despedida pudiera ser tan alegre. La casa se llenó de personas queridas. Mis entrañables amigos de la secu, mis colegas gestoras, mis cuates hippies de la prepa más fresa. Vinieron mis primos, mis tías. Incluso algunos de los personajes que conocí haciendo trabajo de campo. Amigos de cerca, de lejos (sí, de Colombia también). Mis padres, mi hermana. No sé cómo cupimos en un espacio tan reducido. Será que el corazón tiene muchos tamaños. A veces parece tan pequeño, tan seco. Otras, como en ese momento, el corazón era tan abundante que no me cabía en el pecho.
¿Qué se puede encontrar en una fiesta de este tipo? Apenas y lo pude imaginar. Hubo mucho mezcal, unos cuantos garrafones de pulque, aguardiente amarillo, chetitos y jícamas con chamoy pa botanear's. El baile no se hizo esperar; cumbias y ritmos tropicales. Risas, muchas. Incluso algunos poemas en un rincón, fueron recitados. Ya por la noche, pusieron a calentar agua para café y para chocolate con cedrón. Qué buena idea esa de traer pan de la ideal, pero mejor la de comprar una pizza de camarón; se acabó en un santiamén.
Aún no terminaba la fiesta y algunos ya pedían la fecha para la próxima. Bueno, aguarden, que el baile continúa. Y sigue y sigue. Hasta que nos duelen los pies, hasta que sudamos todo el alcohol, todo el dolor que cargábamos en estos rotos corazones.
La música baja de intensidad y corro las cortinas del cuarto: ha amanecido.
***
Desenmarañé la tristeza, caminando. De a poquito las palabras me condujeron a lo que desde hace mucho tiempo me negaba a decir, a decirme a mí misma. No creí que el final pudiera ser igual de lindo que el comienzo. Pero aquí estoy, entera, completa, ya lo ves. Ahora sí, finalmente y con todo el amor que existió en mí; chao pescao.
***
Por lo que fue, lo que será y lo que sigue siendo. Por las puertas abiertas, las cerradas, las ventanas, los hoyitos que tiene el corazón. Por el compartir(se) que implica amar a alguien. Y por la dicha de celebrar la vida acompañada por tantas sonrisas. ¡Gracias!
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