El Centro Cultural España es uno de los lugares más completos del Centro. Diría, aventurada, de la ciudad. Subimos los cuatro pisos que separan la planta baja de la mediateca. Después de parar en "Recuerdos del futuro" una exposición temporal sobre memoria y Guerra Civil Española, llegamos: una de las vistas más bonitas de la Catedral.
Nos registramos, dimos un vistazo a los libros. Diseño, arquitectura, literatura, gestión cultural. Qué emoción. Estos días han sido de pensar y pensar y pensar. Baladí acá, baladí allá. Una vez dijo Marissa en clase que cuando tienes un proyecto todo gira alrededor de él: lo desayunas y lo cenas. Creo que algo similar nos está pasando.
15:45
Hambrientos, salimos a buscar qué comer. El Centro es una infinita posibilidad de manjares. Después de reflexionar un rato nos decidimos por una tlayuda. Caminamos a la zona de productos oaxaqueños, cerca de la Santísima Trinidad, y encontramos más gente de lo normal. Será porque son vacaciones, o porque esta es la ciudad del ambulantaje. Qué diferencia a Aguascalientes, ahí sólo encuentras helados en una paletería establecida y no en plena calle (o bueno, eso me contaron).
El lugar que recordaba sencillo ya es un súper comedor oaxaqueño. Cuatro mesas largas de madera albergan a unos 25 comensales que con sus bolsas llenas de compras se dan un descanso para alimentar la tripa. Pedimos una tlayuda con tasajo y chorizo, partida a la mitad. Comenzamos. El saborcito de los frijoles, la salsa verde en su punto y el crujiente de la tortilla gigante nos llenaron el corazón (porque la panza no). Un pedacito de Oaxaca en Ciudad de México.... hasta juntemos plata para ir aunque sea un fin de semana.
16:30
No puedo creer que Beto nunca haya comido capulines.
17:00
Subo a la micro que ha de llevarme a casa. Tranquila, rápida y barata, tiene todo lo que uno desea en el transporte público. Una de las muchas charlas que suceden dentro llama especialmente mi atención. Es un señor de unos 40 y pico que les va contando a sus hijos (una niña de unos 10 y un niño de unos 12 años) sobre los antiguos cines de la zona. Los niños lo escuchan y le preguntan por qué desaparecieron. "Por las nuevas cadenas como Cinemex o Cinépolis". "¿Desde hace cuánto tiempo?", "Tendrá unos 20 o 25 años... Mira, ahí estaba el cine Sonora".
El padre transporta a sus hijos a los años ochenta, las películas que él vio, a las calles donde él anduvo. "Antes era más bonito, y aaaaantes todavía más. A mí me hubiera gustado nacer en 1950". Me da muchísima curiosidad no tanto la nostalgia empedernida del padre como la atenta mirada de los niños... ¿en qué piensan? ¿cómo se imaginan el pasado remoto que son los ochenta en este siglo XXI? ¿Por qué están interesados en los recuerdos de su padre? ¿Estamos condenados a añorar siempre lo que no vivimos?
Se bajaron antes que yo.
Me duelen los pies, creo que caminamos mucho.
21:27
Hacía rato que no escribía. Últimamente he pensado en cómo parece que la escritura no es suficiente para comunicar en este mundo digital. Lo que rifan son las imágenes y los videos. Lo que rifa es saber programar y tener mil ocho mil seguidores en twitter. La era millennial de la comunicación. ¿Cómo nos recordará la gente del futuro?