Abro los ojos y ya es invierno. El tiempo se pasó volando en ires y venires a Balderas, noches de trabajo, de aprendizaje. Mensajes de whatsapp que aterrizan el anhelado sueño, la revista que condensa lo que creemos y deseamos. Y el amor... tímidas olas de un mar quieto. Un día me mira en Buenavista, otro día entra de impreviso en la oficina. Sueño con él y no me atrevo a confesarlo porque no quiero perderlo.
El centro, escenario principal de mi acontecer, la Mediateca del CCEMx, el Rule (donde estuvo el zoológico de Moctezuma), la biblioteca México con sus compus infectadas de virus y sus plácidas salas, la Ciudadela, la Alameda, el Mercado 2 de abril. El Zócalo un sábado a las 10:50, la pura vida.
La magia se convierte en cotidiano y yo quiero viajar a todos lados en mi bicicleta. Ojalá no tuviera miedo al atravesar San Pablo en la noche cuando ya no hay puestos y las calles son tomadas por ... no sé. Imagino que narcomenudeo, trata de blancas, hombres hambrientos de sexo.
Mi cabeza es una telaraña y busco en sus ojos el espejo que me ayude a desenredarla. Me abraza la fuerza de sus palabras y sigo. Camino alegre porque con él me duelen las mejillas de tanto reír. Luego los días corren entre periódicos antiguos, llamadas y peticiones que no comprendo. Escucho lo más que puedo, quiero entenderlo todo, no lo logro. Sigo.
Dos veces a la semana el ritmo cambia y puedo ver al cielo atardecer. Salir por ahí, quizá un pulque, quizá una película. No avanzo en mi tesis y eso es como una piedra en el zapato. Pero no me aguito, disfruto hasta que llega el martes y vuelvo a la rutina.
De intercambio navideño quiero un caracol para poder escuchar al mar desde la oficina.