24 de julio de 2014

#1 De vuelos y llegadas

Eso de los aviones si que es algo impresionante. Volar de noche, entre la oscuridad del cielo infinito, lluvioso. Atravesar varios países en unas cuantas horas, amanecer en un lugar lejano así de sopetón. 

El aeropuerto: un lugar frío y blanco a la una de la madrugada. Yo sin palabras, acompañada por mi tía Pilar, quien aprovechando que iría a un festival de cuentos, me encaminaría los primeros días en Colombia. Con un poco de tristeza en el corazón, y una maleta desbordada, subí a una avión próximo a despegar por primera vez en mi vida.

Descubrí que la ciudad de noche es un mar de luces amarillas. Constante, profundo. Mientras el avión va subiendo se van haciendo chiquitas, chiquitas hasta que se pierden entre las nubes.

Viajar en avión es mucho menos cómodo y romántico de lo que sucede en las películas. Se siente como si estuvieras suspendido en el aire y cayeras. Se te tapan los oídos. Lo más bonito es cuando aterriza y sientes temblar el suelo. (Al bajar, vimos al piloto... terriblemente guapo).


El cielo de Bogotá es muy bonito. De pronto tiene nubes grandes y grises, de pronto está despejado. Hace frío y llueve a todas horas. Pues fue ese cielo con el que me recibió Colombia. Igual que la Ciudad de México, Bogotá está rodeada de cerros, además de ser una ciudad alta. Las calles están numeradas: Avenida 56 con carrera 45. Se puede beber del agua de la llave. Hay metrobús pero no metro. Camiones y unas micros comprimidas llamadas busetas. 

Amanece a las 5 de la mañana, y atardece temprano. Todo lo he visto desde la ventana del departamento de Carolina Rueda, amiga cuentera: la primera sonrisa (junto con la de Aldo Méndez) que me entibió el corazón acá, en Colombia.



15 de julio de 2014

Querída ciudad...

"Madrugadas sin nadie en el Zócalo/ sólo nuestro delirio/ y los tranvías/ Tacuba Tacubaya Xochimilco San Ángel Coyoacán/ en la plaza más grande que la noche/ encendidos/ listos para llevarnos/ en la vastedad de la hora/ al fin del mundo"*

I

Empieza, se detiene, vuelve a comenzar. Todo el tiempo, todos los días. Verano, el mundo se pone verde y el pasto crece (igual que la cantidad de mosquitos que asechan mi sangre). 

La ciudad después de llover: como recién salida de un sueño. El lugar donde he crecido, las calles que miré tantas veces en movimiento tras la ventana de alguna micro. Las pocas estrellas en el cielo. Ser tomado por sorpresa por una tormenta, esperar acompañado a que termine la infinita sucesión de gotas que poco a poco inundan de nostalgia el asfalto.

II

La cabeza inquieta, una cerveza, la promesa de seguir escribiendo. El recuerdo del final de la primavera, el inicio del verano. A veces creo que te extraño a pedazos: un día sí, un día no. Quisiera delinear tus labios con mi dedo índice como la primera vez (esos labios fríos y silenciosos que no dicen lo que quiero escuchar). No sé si comprendes las señales de humo que te mando desde el techo de mi casa. O tal vez sea que no hablamos el mismo idioma. 

(Tengo miedo de olvidarlo todo si no tomas mi mano desde la lejanía).

III

Chabacano el sábado a medio día es un lugar feliz. Se siente la energía de quien va camino a una cita o al encuentro con amigos. Niños recién bañados, chicas maquilladas, transbordando a prisa. Llenas las escaleras eléctricas, el sol allá afuera y la certeza de que será un gran día.

El último sábado en la ciudad.

IV

Quiero guardar este momento. Tú y yo viajando en el metro, sobre Tlalpan atardenciendo. Tu cabello en espiral, moviéndose suavemente (el ventilador, el abanico de una señora, el aire que entra por la ventana)... ¿lo volveré a ver de esa forma otra vez?

V

Todo se mira diferente: una extraña sensación de perderlo un poco. Caminando por el centro redescubro un pedacito de mí que había olvidado, que quedó guardado bajo el Caballito, en la fachada de San Ildefonso, en la fuente y la iglesia chueca de Loreto, los cuarzos de república de Uruguay, en la fina calle de 5 de mayo, una quesadilla en la ciudadela, los niños mojándose en la Alameda, las leyendas en el José Matí. El recuerdo de la niña que fui, la que sigo siendo, la que se marcha hoy con el sonido del metro cuando va a cerrar las puertas en la memoria. 

Querida ciudad... no me extrañes. 






*Octavio Paz en "El mismo tiempo"