22 de marzo de 2016

Caifán



Una de las cosas que más me gusta hacer cuando voy a tu casa es salir a pasear con tu perro Caifán. Es café, flaquito y aunque tiene apenas unos meses, ya es todo un vago. Por eso nos llevamos bien. Caminamos juntos las calles del barrio y un poco más allá. Miramos a la gente, los colores de las casas, olemos los puestos de comida y escuchamos a lo lejos los aviones.  Las calles que le gustan las camina moviendo la colita, las que no, las orina.

El paseo termina siempre en el mismo lugar: el muelle. Nos detenemos frente al mar y pensamos: yo, en los kilómetros que hay que recorrer para poder estar juntos, en el fondo del horizonte, en tus ojos grandes que se miran chiquitos. Caifán piensa en lo mucho que le gustaría morder mis zapatos (ojalá no tarde en qutarselos), en el sabor que tendrán las gaviotas que vuelan cerquita, en las ciudades detrás del mar que le faltan por recorrer. De pronto, un ruido nos distrae de nuestras silenciosas reflexiones: son nuestras tripas. Lo miro divertida, me mira emocionado. Volvemos a casa contentos, casi corriendo, porque sabemos que al llegar nos esperas tú... con la comida lista.







3 de marzo de 2016

Hojas cuadriculadas

No sé si te lo dije antes; siempre me gustó verte hacer ejercicios matemáticos. Tu cara seria, el ceño levemente fruncido, tus dedos sosteniendo un lápiz que baila entre los cuadritos de una hoja. Números y signos. Líneas y curvas. Cinco, nueve, tres. Raíz. A, B, C. En el eje Y me pierdo, en el eje X me encuentro.

De pronto paras. Colocas la mano en tu barbilla, te quedas mirando el papel... pensando... pensando... ¡Viene la idea!, vuelves al lápiz. Ahora el baile es desenfrenado, loco, feliz (la alegría de eliminar términos semejantes, de evitar resolver una integral par por sus propiedades geométricas). Terminas. No sabes si tuviste éxito, si fracasaste... ¿importa?

Te miro sin entender, mientras me pregunto por qué no en hojas blancas... ¿por qué prefieres bailar en hojas cuadriculadas?