27 de mayo de 2016

Temporada de mangos

En mayo comienzan las lluvias. La ciudad recibe el agua con los brazos abiertos para limpiarse la nostalgia que la inunda en estos días (además de toda la contaminación que le nubla el horizonte). Por la mañana hace calor, por la tarde llueve y no sabemos si usar huaraches o botas de lluvia. Algunos se quejan, otros disfrutan brincando charcos y buscando arcoiris en el cielo... y algunos otros, como yo, somos invadidos por una extraña tristeza. Vagamos por las calles sin sombrilla, aguardando la lluvia. Nos sorprende en alguna caminata sin rumbo y nos resguardamos en un puesto de quesadillas, dentro de una estación de metro, o en la marquecina de algún negocio.

Suerte que esta vez la lluvia me agarró acompañada.


 Apenas acercas tus labios a los mios y el mundo se desdibuja. Tu aliento se cuela en mis pulmones, inunda mi pecho. Dulce, ligero. Podría quedarme así, aquí. Respirándote de a poquito para no ahogarme ni derretirme en tus brazos.  El deseo revive con un solo rose, la urgencia de nuestros cuerpos juntos; la piel se confunde. Dónde inicia, dónde acaba... no tiene fin. Tus caricias prolongan mi cuerpo, lo descubren ahí donde no lo conocía. Y es que tus manos son como barcos navegantes del mar en tempestad. Conocen el camino, saben cómo, por dónde avanzar. 

Tras el viaje llegaremos a puerto otra vez, juntos.


 Ya es temporada de mangos, dices sonriendo mientras pelas la fruta amarilla con cuidado. Caminamos por las calles torcidas de tu barrio una mañana de domingo, con restos de sábado todavía en la piel.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Y qué dices tú?