Hoy salí temprano del trabajo... es decir, antes de lo acostumbrado. Me emocionó tanto el escalonado caer del sol por la ventana que salí casi corriendo del edificio. Luego caí en cuenta que no era tan temprano; el horario de verano hace parecer que la tarde comienza cuando en realidad ya son las 7 de la noche. Esa repentina y breve emoción me condujo irremediablemente a ti. Por un pequeñísimo momento tuve un flashback: yo llamándote a tu rascuacho y siempre temporal celular para acordar una cita espontánea (aquellas que caracterizaron nuestra urbana relación). ¿A dónde me gustaría ir en este momento?
Quizá te pediría vernos en la rehabilitada (para que me entiendas) plaza Seminario, como aquella vez. ¿Te acuerdas? Yo sí: subí las escaleras del metro Zócalo y caminé buscándote entre toda la gente. Te encontré platicando con una señora que tenía en una mano una bolsa llena de mercancía y en la otra a un chamaco de 6 años (seguro su nieto). Ella te contaba la odisea que le esperaba para volver a su casa (la periferia de la que tanto te platiqué) mientras tú imaginabas aquello como un cuento, por ser tan ajeno a ti. Ay, esa manía tuya de ir haciendo amigos por todos lados. Me acerqué, mi mirada llamó a la tuya y en un acto reflejo sonreíste. Ay, esa costumbre tuya de sonreír cuando estás feliz, nervioso, triste e incluso cuando estás enojado.
Una de las cosas que más me gustan de esta nueva etapa de mi vida es que ya no necesito usar el metro para ir del trabajo a mi casa. Basta tomar una micro y por cuatro pesos (próximamente cinco) estoy en mi colonia. Adiós al poco oxígeno y los apretujones del metro. La susodicha micro no tardó en pasar. Subí, pagué y me senté (sí, casi siempre alcanzo lugar). Tlaxcoaque, la Tránsito, el Sonora, el parque de los periodistas, la delegación. Voy mirando por la ventana recordando, recordando(te), recordando(nos).
Luego de encontrarnos en Seminario caminamos al extrañamente vacío Zócalo. Divertido te sentaste en el suelo y me invitaste a hacer lo mismo. Ay ese afán tuyo por hacer cosas tan simples. Me lo pensé un rato, pero como vi que tú no ibas a ceder me acomodé a un lado de ti. Y ahí estuvimos, debajo del mástil falto de bandera, en el centro del Estado-Nación (así, con mayúsculas), tocando las estrellas... hasta que se hizo de noche.
Te extrañé tanto. Te extrañé con las plantas de mis pies, las uñas de mis dedos, con cada uno de mis cabellos. Te extrañé desde lo más profundo de mis sueños, desde la más lejana de mis islas, desde la más debastada de mis ruinas. Hoy, sin embargo, te recuerdo lejano, detenido en el tiempo. Agradezco que no hubieras vuelto para rescatarme del naufragio, porque así tuve la oportunidad de rescatarme a mí misma.