26 de abril de 2017

Que nada sea todo

Hoy salí temprano del trabajo... es decir, antes de lo acostumbrado. Me emocionó tanto el escalonado caer del sol por la ventana que salí casi corriendo del edificio. Luego caí en cuenta que no era tan temprano; el horario de verano hace parecer que la tarde comienza cuando en realidad ya son las 7 de la noche. Esa repentina y breve emoción me condujo irremediablemente a ti. Por un pequeñísimo momento tuve un flashback: yo llamándote a tu rascuacho y siempre temporal celular para acordar una cita espontánea (aquellas que caracterizaron nuestra urbana relación). ¿A dónde me gustaría ir en este momento?

Quizá te pediría vernos en la rehabilitada (para que me entiendas) plaza Seminario, como aquella vez. ¿Te acuerdas? Yo sí:  subí las escaleras del metro Zócalo y caminé buscándote entre toda la gente. Te encontré platicando con una señora que tenía en una mano una bolsa llena de mercancía y en la otra a un chamaco de 6 años (seguro su nieto). Ella te contaba la odisea que le esperaba para volver a su casa (la periferia de la que tanto te platiqué) mientras tú imaginabas aquello como un cuento, por ser tan ajeno a ti. Ay, esa manía tuya de ir haciendo amigos por todos lados. Me acerqué, mi mirada llamó a la tuya y en un acto reflejo sonreíste. Ay, esa costumbre tuya de sonreír cuando estás feliz, nervioso, triste e incluso cuando estás enojado. 

Una de las cosas que más me gustan de esta nueva etapa de mi vida es que ya no necesito usar el metro para ir del trabajo a mi casa. Basta tomar una micro y por cuatro pesos (próximamente cinco) estoy en mi colonia. Adiós al poco oxígeno y los apretujones del metro. La susodicha micro no tardó en pasar. Subí, pagué y me senté (sí, casi siempre alcanzo lugar). Tlaxcoaque, la Tránsito, el Sonora, el parque de los periodistas, la delegación. Voy mirando por la ventana recordando, recordando(te), recordando(nos).

Luego de encontrarnos en Seminario caminamos al extrañamente vacío Zócalo. Divertido te sentaste en el suelo y me invitaste a hacer lo mismo. Ay ese afán tuyo por hacer cosas tan simples. Me lo pensé un rato, pero como vi que tú no ibas a ceder me acomodé a un lado de ti. Y ahí estuvimos, debajo del mástil falto de bandera, en el centro del Estado-Nación (así, con mayúsculas), tocando las estrellas... hasta que se hizo de noche.

Te extrañé tanto. Te extrañé con las plantas de mis pies, las uñas de mis dedos, con cada uno de mis cabellos. Te extrañé desde lo más profundo de mis sueños, desde la más lejana de mis islas, desde la más debastada de mis ruinas. Hoy, sin embargo,  te recuerdo lejano, detenido en el tiempo. Agradezco que no hubieras vuelto para rescatarme del naufragio, porque así tuve la oportunidad de rescatarme a mí misma.



7 de abril de 2017

Sueños azules II

"Antes también sucedió algo parecido, ¿no? [...] Hablamos en un sueño. ¿Ahora es también así?" B.Y.


Voy de tu mano, caminando por el lugar donde viví la infancia. Sé que eres tú, aunque no te puedo ver el rostro; solo miro tu espalda, pues vas adelante de mí. Crecí en una colonia donde las calles tienen nombres de puertos: Puerto Marquéz, Puerto Acapulco, Puerto Vallarta... nosotros caminamos por Puerto Guaymas, la calle más bonita porque es la que tiene camellón. Vamos a la altura de la papelería. ¿Me creerías si te cuento que una vez dejé mi bici olvidada ahí? Llevaba a mi hermana en los diablitos, estacionamos la bicicleta afuera, entramos a comprar unas monografías y cuando salimos, nos seguimos de largo. Por suerte la guardaron y días después, cuando notamos su ausencia en casa, fuimos a recuperarla. 

Seguimos andando. Tu playera es verde y en ella se mira la sombra que proyectan los árboles llenos de hojas. Mi mano tomada de la tuya, guia al resto de mi cuerpo. ¿Por qué estamos en este lugar? Parece que lo conoces como yo, aunque nunca has estado aquí. Qué importa. Cierro los ojos y me dejo conducir por un mar de recuerdos.

*** 

A donde voy te llevo conmigo. Es que te has vuelto tan familiar que el ser yo misma implica ser un pedacito de ti. Los lugares donde hemos estado, las metáforas que hemos intercambiado, las tristezas y alegrías que hemos compartido. A veces no sé qué hacer con tantas palabras. Las tejo en sueños, y es cuando apareces aquí, a mi lado: sentados en un vagón del metro medio vacío. ¿A dónde quieres ir? Podríamos ir por unos tacos, una cerveza o al cine. Pero en la noche los cines están cerrados... igual que las bibliotecas y las tiendas de tornillos. Es chistoso. Cada que estoy contigo no puedo encontrar la luna. Será que mis ojos se hacen más miopes o que estamos destinados a coincidir siempre en luna nueva. Acaricias mi cabello y se me olvida todo: que es muy noche, que no tenemos un rumbo fijo, que debes volver a donde te esperan, que sólo eres un sueño y por lo tanto, desaparecerás en cuanto despierte.

Well I wonder
do you hear me when you sleep?
[...]
Please keep me in mind
 




1 de abril de 2017

Agua de Piña

De todas las cosas que me enseñaste, hoy apliqué la de viajar en los camiones morados de Tlalpan. Si no lo hubiese sabido, habría subido en la primera micro. Es que los camiones morados son súper rápidos, incluso más que el mismo metro. Qué bien se siente atravesar la ciudad de sur a centro casi volando; una efímera libertad de lunes a medio día. Suena una canción conocida en el radio y (tal como ese sábado por la noche camino a Chabacano) no puedo dejar de cantar.
Esta vez sí llegaré a tiempo.

***
¿Cómo acabamos aquí, en las escaleras de un edificio viejo sobre Izazaga a las 9 de la noche? Puedo hacer la reconstrucción de los hechos. Primero la delegación Cuauhtémoc, luego Puente de Alvarado (oscuridad, prostitutas), Hidalgo iluminado de puestos ambulantes, la Alameda fresa y los antros que la rodean, el nuevo reloj de la Torre Latinoamericana, Madero (sin comentarios), 5 de febrero, Regina, (breve parada para beber mezcal cortesía del Museo Casa Indómita), Isabel la Católica hacia el sur... un puesto de tamales ("Si no le gustan, no me pagan", "¿Y si me gustaron más o menos?", "Ah, ahí no aplica").

Entramos al Seven Eleven y compramos un café-capuchino. Hacía un montón que no tomaba uno... desde que estaba en la secu y no sabía qué era el café de verdad (creo que sigo sin saberlo). Finalmente nos sentamos en las antes mencionadas escaleras viejas a beber el café-azúcar mientras miramos los coches pasar.

Suerte que existen pasos vagabundos con quién compartir la cotidiana poesía de la noche.

***

En una fondita de la colonia Guerrero descubrí que los miedos se disuelven bien en agua de piña. Entra un hombre con guitarra y comienza a cantar... "No, I won't be afraid just as long as you stand, stand by me".

Paisaje de la Urbe, Carlos Mérida