26 de julio de 2017

Magdalena

Era casi seguro que hoy llovería. Solo con saber que es 22 de julio, día de María Magdalena. La verdad es que ese personaje me cae bien porque no fue la típica virgen virtuosa-toda-la-vida; conoció de todo y al final, aunque se deshizo en lágrimas, amó y fue amada. Mira qué chistoso, acabé tomando misa precisamente hoy.... se la debía.

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Existen, tras la lluvia, diversos tipos de charcos. Los pequeños poco profundos que uno puede pisar sin consecuencia alguna; los largos que se extienden en toda la banqueta y obligan al transeúnte a caminar sobre el arrollo. Hay charcos engañosos donde usualmente se ahogan decenas de zapatos. Pero los peores son aquellos que, aprovechando los desniveles del pavimento, conforman un complejo sistema de islas y lagunas que hay que atravesar con estrategia y equilibro. 

Una vez resguardados del agua, nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. No sé por qué. Será que la travesía fue divertida y un poco fallida (se nos mojaron los zapatos y hasta los calcetines) o será que después de llover se respira un aire tranquilo y suave. Miro el mundo claramente y a lo lejos alcanzo a ver fuegos articifiales. Debe ser en la Magdalena Mixhuca, o algún otro pueblo loco que le reza a la santa. Qué importa; nos sentamos a verlos mientras el sábado avanza por la Alameda Central.

María Magdalena de Jicotlán, Oaxaca

10 de julio de 2017

MP

Desde que te fuiste no ha dejado de llover ni un solo día.  Debes saber que la lluvia acá no es como en Manizales. Una vez que comienza a llover el día ya se jodió; es muy difícil que se componga, vuelva a salir el sol y suceda un sublime atardecer. Más bien todo se desmadra. Y no lo digo como una queja, al contrario. El aire está limpio y yo me la paso todo el día el la ventana viendo los coches y la estela de agua que dejan al pasar sobre los charcos. 

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Sensación, Arthur Rimbaud

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.


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El cielo es blanco, completamente blanco. Las mañanas parecen eternas y terriblemente frías para ser verano. Si vivieramos en la misma ciudad esta tade no sería tan melancólica, porque iría a visitarte a tu casa en bicicleta. Nos tenderíamos en tu cama a escuchar Caifanes, beber café y a mirar por la ventana lo que sucede en el mundo. Luego, cuando la lluvia pasara, saldríamos a dar una vuelta por ahí. Quziá a un museo, una refinada obra de teatro (donde me quedaría dormida y solo despertaría para aplaudir) o un simple atardecer reflejado en las nubes. 

Me pregunto cómo habría sido nuestra amistad si nos hubiésemos conocido desde niñas. ¿Habríamos festejado el día de las velitas en tu barrio o habríamos salido a pedir calaverita juntas en día de muertos? Qué lejanas parecían nuestras vidas hasta que nos encontramos. Me da tanta alegría pensarlo; en este mundo, viviendo en ciudades distantes, nos conocimos. Una rola y una chilanga. Bogotá y la Ciudad de México, capitales faltas del agua que antaño las cubría, reflejadas una sobre la otra.

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Hasta que nos volvamos a encontrar, guarda estas palabras que te escribo. Yo guardaré en una cajita de madera el recuerdo de tu cabello largo y ondulado. 

No necesito flash, 
aunque sea de noche.
Porque no te apagas
eres de luz un derroche.