Amanece despacito. En el horizonte se mira un cielo blanco que habrá de durar mucho: hoy es el día más largo del año. Camino sin miedo por entre las sombras agonizantes de la noche. Adentro mío llevo una luz que ilumina el espacio por donde andan mis pies: es la fuerza de mi espíritu, potenciada por el amor de mis ancestras.
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Removemos la tierra para sembrar girasoles. La que un día fue árida y estéril, hoy se siente húmeda y nutritiva, "producto de nuestro trabajo", pienso. El año pasado "adoptamos" este pedacito de área verde rodeada de cemento: cavamos surcos, los rellenamos de residuos orgánicos y cuidamos las plantas que nacieron de esta composta.
Seguimos trabajando, removiendo la tierra y yo lo pienso mejor: esta tierra más fértil no la hice yo, sino ella. Nosotras ayudamos, sí, pero todo lo hace ella, la naturaleza: se regenera, se adapta, fluye, germina, crece, alimenta, espera, llueve, florece, nace, muere.
Ahí, con tierra en las manos, agradecí ser parte de su ciclo, nacer de ella, presenciar su fuerza creativa y aprenderle el ser mujer de manera auténtica y gozosa.
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Llueve, el agua se estrella en el pavimento por donde pasan los carros. Cuánto te esperamos, digo en voz baja. Hoy, justo hoy sembramos sin regar agua porque ha estado escasa en esta ciudad sobrepoblada y los vecinos se enojan si la usamos "para las plantas". Te esperaba y llegas abundante y plena.
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Veo el calendario y cuento los días: hoy es el solsticio de verano y yo estoy ovulando.