21 de noviembre de 2012

Desnudo cielo

"Te invito a comer a un lugar cerca de mi casa" dijo Carlos de pronto, así de sopetón. Acepté. Había, sin embargo, algo raro en la proposición. Salíamos, claro que salíamos, solíamos comer siempre en sitios nuevos, enigmáticos, históricos... tan lejanos de los habituales. Fue por eso que me sorprendió la idea de saber dónde vivía. Hablábamos de muchas cosas, de literatura, del transporte público, de los fantasmas citadinos... pero nunca de nosotros. Él siempre fue callado, y yo una mala entrevistadora.

Me gusta mirar el cielo despejado, como desnudo, como transparente. Me gustan las hojas secas picándote las orejas, tus dedos fríos, blancos por la  mañana.

Llegamos al lugar en cuestión. No había ni fondita, ni restaurante, ni puesto de quesadillas. Era  Carlos con dos tortas en las manos sentado en la banca de un parque medio pelón, medio abandonado, medio parque.Comimos sin hablar, sin mirarnos a los ojos. Me creía en otro mundo, tan ajeno y cercano a la vez. Y de pronto lo vi como en un sueño: vi a Carlos niño trepando los viejos árboles, lo vi con un chicharrón preparado en las manos. Carlos mayor, con su primera novia, Carlos llorando, Carlos solo, siempre solo en la misma banca rota. Supe entonces que si estaba yo ahí era por algo, algo que él trataba de decirme sin querer, sin siquiera saberlo: la barrera de silencio que nos separaba había desaparecido, yo, su mala entrevistadora, me encontraba en su corazón.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Y qué dices tú?