Impredecible como la lluvia en verano, llegas con una sonrisa, tan simple que a veces tengo ganas de asfixiarte. ¿Por qué miras hacia arriba mientras caminamos? No es que me moleste, pero no me cabe en la cabeza que después de todas esas ridículas caídas, aún no te importa dónde pones los pies. En la ciudad es inútil mirar el cielo; no se ven estrellas y cada vez hay menos pájaros bailarines.
Impredecible como la lluvia en verano. Por más que lo intento no puedo detenerte, controlarte, brincas, ríes, fluyes, me hablas en ese tu idioma sapo que no comprendo. Con las manos vacías al final del día; te me escapas entre los dedos fríos, dolidos, medio mordidos, pobres, pobre de vida, así me dejas.
Los días son largos, dolorosamente maravillosos, a tu lado (también sin ti, porque he aprendido a amar tu fantasma).
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