El la oscuridad el cielo se cae a pedazos. La lluvia se adivina bajo la luz de los faroles mientras la gente corre a refugiarse. Tal vez así se limpie la mugre citadina.
Somos varios los que, resignados, esperamos a que acabe de llover (o al menos deje de diluviar). Aquí, en las escaleras de una estación del metro.
Me pregunto qué estarás haciendo en este momento. Estarás mirando por tu ventana (abierta lo suficiente para que la brisa entre sin mojarlo todo) cómo la lluvia se encuentra con el asfalto. Pensarás en mí, en que seguramente la lluvia me habría sorprendido en uno de mis paseos vagabundos. Habrás acertado. Enumerarás los posibles lugares que me servirían de refugio: el altar de alguna virgen, una tienda de ropa en el centro, un puesto de tacos, una sombrilla que habría hurtado a una viejita... Qué tristeza me da saber que no adivinarías: no sabes que estoy en la estación del metro más cercana a tu casa, esperando a que acabe de llover para lanzar piedritas a tu ventana. Y nunca lo sabrás porque me he dado por vencida. Me voy de regreso a mi casa. Adiós....
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