Del par de aretes que me regalaste, perdí uno. Pero no te preocupes, todo bien. Siendo sincera, cuando los vi por vez primera pensé que eran demasiado hippies para mí (o sea, súper dúper hippies). Por eso nunca los usé. Permanecieron guardados, y el día que los estrené, ese mismo día perdí uno.
Hubiera querido que todo fuese más poético (como los que perdí acostada en el pasto, mirando el cielo a tu lado en lugar de estar en clase de náhuatl). Pero no. Fue en el metro lleno de mujeres ansiosas por llegar a tiempo al trabajo. Entré (tras varios empujones) al vagón con los dos aretes; salí con uno. Se habrá quedado tirado entre zapatillas negras, o colgado en el abrigo de alguna oficinista. ¿Y luego? Un arete sin su par está destinado al olvido en un cajón. O tal vez no; acuérdate, "nunca falta un roto para un descosido".
Los impares también lucen orgullosos y un poco egocentricos.
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