19 de noviembre de 2016

Martes en el mar

Hoy por fin salió el sol. Sí, yo sé que sólo fue un ratito, pero bastó para hacer crecer la ilusión de calor en mi corazón. Digo ilusión porque el sol de otoño no es como el del verano que enta por la ventana y lo entibia todo. Ni modo, así son las cosas en esta época. Decido no salir hoy; quedarme en casa, correr las cortinas e imaginar que afuera es agosto otra vez. 

 Nos veíamos los martes a las 2 de la tarde. Salía de una serie de conferencias sobre Identidades, caminaba unos minutos y llegaba al lugar de encuentro (el punto medio entre su facultad y la mía): la Biblioteca Central. Lo esperaba (porque siempre llegaba antes que él) en la entrada que da a las Islas. Emocionada. Eran los primeros meses de universidad y todo era nuevo; los compañeros, los sueños, los debates, la paz de sus ojos claros-mar. Me gustaba ver los árboles que están camino a la Facultad de Arquitectura. Así, en esa perspectiva (desde la Central) parece que se trata de un sólo árbol gigante. En eso estaba cuando lo veía llegar. Sonriente, brillante, con su portaplanos en la espalda.

Emprendimos la aventura de comer en cada una de las cafeterías de CU. Fuimos a la de Derecho, Ingeniería, Arquitectura, Filosofía (el comedor vegano del Che), Medicina y al pasillo de la Salmonela... Buscábamos lugar para tres: él, yo, y nuestra fiel acompañante, su maqueta. Las pláticas giraban alrededor de las clases, los desvelos, las entregas y lo más importante: los sueños. 

Sus palabras agua, mis palabras viento. Un grillo que cantaba debajo de mi cama mientras yo soñaba con la luna de octubre, con el azul de su mirada. La calma de su caminar, las olas agitadas que se despertaban en mi pecho. Fue verano feliz, lleno de agua y lleno de martes.

Nos dejamos de ver. Él se cambió de universidad (aunque después de unos meses, volvió) y yo lo extrañé en silencio. En el tintero (mi tintero) quedaron palabras que nunca terminé de decirle. Ahora, varios años después, escribo esta historia en un barquito de papel que lanzo al mar con la esperanza de que algún día llegue a sus manos. 




Ángel sin cabeza, 2012

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