1 de marzo de 2017

Ping-pong

Son las 10 de la mañana y te miro fumar en las escaleras. "Nunca es demasiado temprano para destruirse" dices sonriendo y yo pienso que eso es tan poético que lo recordaré para toda la vida.

Hace tanto calor que creo comenzar a delirar. ¿Te habías dado cuenta que en el centro casi no hay árboles? Pinches españoles y sus trazas urbanas. No previeron que en unos cientos de años esta madre se convertiría en un horno. Trato de no mirar el cielo. Verlo gris y contaminado me estresa. Igual que las señoras que tardan años luz en subir al camión con sus bolsas del mandado llenas. Chofer ya no las deje subir. Al fin pasamos la Merced. Un alto, dos altos. Diez minutos. San Pablo, Pino Suárez, 20 de noviembre, Isabel la Católica. Bajo de volada. Me gusta esta calle, aunque no pueda caminar por la acera con tanto puesto (órale, elotes con sal y limón en seis pesitos). Me escabullo entre la gente y los carros. Soy un peatón irresponsable, lo sé. Pero es que a medio día en el centro no existe regla vial que se respete. Bueno sí. Estoy exagerando... como siempre. 

Seis de la tarde y te encuentro fumando. Vuelves a sonreir pero no dices nada. Me miras. Te miro. Jugamos al ping-pong. Aquí, allá, aquí, allá. Pierde el primero que baja la mirada. Todo es más tranquilo ahora. Los puestos se quitaron, ya no hay señoras con bultos de verduras/chetos/pelotas subiendo a los camiones y aunque el trafico continúa, ya podemos caminar por la acera... ¿vienes?



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