Te miro a los
ojos y tiemblo. Me encuentro contigo por primera vez pero siento que nuestros
corazones ya están unidos. Tú de blanco; un elegante vestido europeo. Yo, por
el temor a la neutralidad, de colores (azul, amarillo, verde muerte); un
atuendo mexicano. Tan distintas, tan extrañamente parecidas. Vienes de otras
tierras, conoces a personas de todo el mundo, has besado tantos labios… y yo,
yo que tengo raíces gruesas, fuertes, desgarradas, soy el triste árbol que mira
embelesado cómo las nubes blancas vuelan libres sobre él.
No hablas. Sólo
miras el lugar donde se supone debería estar él; exhibes tu corazón roto, y
aunque el mío late sin problemas... duele (me dueles Frida, ¿no te das cuenta?).
El cielo y tus ojos lloran, nuestra sangre comienza a correr por tu arteria, por
tu falda llenándolo todo de rojo... ¿qué hacer? Diego no vino, Diego ya no
regresa. Toma mi mano, llora sobre mi hombro. Quítate el vestido, el corsé que
te aprisiona y bésame. Cantaré para ti lo que mis ancestros me enseñaron, para
que cuando despiertes, cuando abras los ojos estemos tú y yo, las dos juntas,
unidas en un solo cuerpo, la misma sangre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Y qué dices tú?