12 de junio de 2014

La misma sangre

Te miro a los ojos y tiemblo. Me encuentro contigo por primera vez pero siento que nuestros corazones ya están unidos. Tú de blanco; un elegante vestido europeo. Yo, por el temor a la neutralidad, de colores (azul, amarillo, verde muerte); un atuendo mexicano. Tan distintas, tan extrañamente parecidas. Vienes de otras tierras, conoces a personas de todo el mundo, has besado tantos labios… y yo, yo que tengo raíces gruesas, fuertes, desgarradas, soy el triste árbol que mira embelesado cómo las nubes blancas vuelan libres sobre él.

No hablas. Sólo miras el lugar donde se supone debería estar él; exhibes tu corazón roto, y aunque el mío late sin problemas... duele (me dueles Frida, ¿no te das cuenta?). El cielo y tus ojos lloran, nuestra sangre comienza a correr por tu arteria, por tu falda llenándolo todo de rojo... ¿qué hacer? Diego no vino, Diego ya no regresa. Toma mi mano, llora sobre mi hombro. Quítate el vestido, el corsé que te aprisiona y bésame. Cantaré para ti lo que mis ancestros me enseñaron, para que cuando despiertes, cuando abras los ojos estemos tú y yo, las dos juntas, unidas en un solo cuerpo, la misma sangre.
 
 
 
 
 
 
 

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