29 de agosto de 2015

En el centro de la soledad




"El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia"
- Octavio Paz, "El laberinto de la soledad"



Ciudad de México, Centro Histórico



El ombligo de la luna. El inicio y fin de esto que nos han hecho creer que somos. Hijos de quiénes, de aquella sangre medio borrada, medio enaltecida que duerme debajo de los edificios barrocos. Pasado mítico. Hijos de quiénes, de esta lengua con la que te hablo, con la que estructuro y nombro el mundo… venida del otro lado del mar.

Suenan a lo lejos los tambores; neomexicas inventando lo que creen los hace fieles al pasado. Al mismo tiempo bailan las campanas de la Catedral, llamándonos a esa tan esperada salvación. ¿Salvación? Nuestras almas no sabían de pecado y ahora tienen miedo a la oscuridad. 

Tú y yo en el ombligo de la luna, inundados de noche. La noche… ¿Está dios dormido o es que Tonatiuh lucha por atravesar el mictlán y salir triunfante otra vez por el oriente? Nostálgicos de lo que no vivimos, de esa memoria que nos hace ser nosotros mismos. Como salidos de un cuento. Cierro los ojos y navego en tu cabello alborotado, en tu cuello, en tus labios mudos de palabras. ¿Quién eres, quién soy? “No importa”, me responden tus labios con el tacto. Lo sabré cuando despierte del sueño, con la luna creciente en el recuerdo: tu sonrisa nocturna.



22 de agosto de 2015

Mon petit chat

A un río...


Pequeño gatito, ven. Acomódate en mis piernas. En mi abrazo no tendrás más miedo. Duerme conmigo. Soñaré que soy la mujer más valiente del mundo y tú soñarás que caminas en la playa. Nos encontraremos en el sueño, pero al día siguiente no lo recordaremos.

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Me reflejo en el agua, me reflejo en tus ojos. Eres río que corre simple, que sonríe natural. Como la ciudad despertando, como tomar un café instantáneo en el estacionamiento. Con los ojos bien abiertos, con las palabras claras. Qué abismo te separa de las telarañas que me apresan el corazón: el poeta que de tanto tejer palabras quedó preso en un poema. Me miras y sonríes. Simple. Con tus manos grandes me ayudas a deshacer los nudos... sanas mis heridas.

Pequeña luna entre tus brazos.

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Las calles del centro, el amanecer, la mañana entra de a poquito en el corazón. Como perderse en tus ojos. Uno, dos, tres segundos. Ojalá un instante se pudiera extender como chicle. Tan largo como quisiera. Hasta que se rompa. Hasta que la mañana se acabe y de pronto, llegue la noche.

Luego me acuerdo que todos tenemos un pedacito de oscuridad adentro y me tranquilizo. Cada que me besas sucede un eclipse solar: cierro los ojos, se hace de noche y alcanzo a mirar las estrellas. Luego vuelve a amanecer y ahí estás tú. Cálido. Como si sólo hubiese pasado un instante y no un viaje espacial... especial.

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Tengo tantas ganas de ti. Una dosis fuerte. Como cuando el café hace efecto, como el mezcal atravezando la garganta, el estómago, la cabeza. Borracha de amor, de desespero... las calles llenas de enamorados. Tú no estás aquí. Café con leche, así te gusta. A mi no mucho. Lo prefiero americano. No muy cargado. Si estuvieras aquí no haría falta ponerle azúcar. 

Dónde estas corazón. En las calles nocturnas vacías del rumor diurno que tanto me recuerda a ti. Por qué te tenias que ir de mi sueño... cuando todo comenzaba.

"No te pierdas. Si encontrarte fue difícil, reencontrarte será imposible".

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Lanzo un barquito de papel... río abajo. Le escribí encima algunas palabras que guardaba mi corazón. No es un mensaje, más bien son letras viajeras en búsqeda de nuevos rumbos. Qué tristeza verlas partir. Pero es preciso... ¿Recuerdas? Para nacer hay que morir primero. Y yo morí cuando miré el atardecer en tus ojos (mi propio reflejo). Mon petit chat. ¿Por qué las cosas no son fáciles? ¿Por qué desperté antes de que amaneciera? ¿Por qué no puedo negar la noche que me inunda el alma? 

"Al final eres como el atardecer. Sólo duras un instante".

Ricardo-Río

3 de agosto de 2015

En un sueño, quizá

A un amor de adolescencia

I
- ¿Dónde estás?- Hablaste por el teléfono, el ligero lazo que nos une a pesar de estar a pocos minutos de camino. 

Dónde, tan lejos de ti, de tu mundo. Encerrada por voluntad propia, en un frasco de miel (vieja, hecha piedra), recluida después de haber tocado uno de tus sueños. Tu expresión al dormir me dijo más de lo que te conocí en 2 años despierto. Pero al verme descorrer las empolvadas cortinas de tu corazón, tu miedo pudo más que la confianza y alzaste entre nosotros una nueva muralla china en la que escribiste un grito de ayuda disfrazado de palabras vacías, indiferentes... y yo sin saber hablar tu lenguaje.

¿Dónde estás en este preciso momento? ¿Dónde estoy? En la biblioteca, escondiéndome de mis sentimientos sin imaginar que en 3 minutos estarías aquí, descubriendo rápido el lugar que tanto tiempo me costó encontrar.

-¿Cómo se resolvía este problema?- Dices señalando uno de los muchos ejercicios de la clase de matemáticas, a unos minutos del examen final.

II
Son los restos de amaranto en tus labios. Son los últimos rayos del sol en tu cara. Soy yo, encerrada en tu abrazo. Abro los ojos, la ciudad bajo nuestros pies. El tibio calor en el pecho que me dejó ese sueño. Eres tú, llevas en tu nombre la señal. Tu silencio, tu extraña sonrisa, el beso que posaste en mi mejilla (para todos común, pero para ti... no). Mis ganas de acercarme, de desenmascararte, robarte esa molesta cordura que mantiene tus ojos abiertos.

III
Puebla.
Sólo bastaba una mirada. Desde que te conocí lo supe: las palabras no son tu fuerte. Por eso esperé a que tus ojos lo dijeran... Hace frío y no me abrazas. Tal vez tienes miedo, como en esos días de clases de física, inglés y filosofía. Mis cuadernos, tus dudas. Los pasillos bulliciosos, mi soledad. 

Tú y yo en el atrio de esa iglesia, rodeados de ángeles. Es mágico, ese dios ensangrentado que veneras inclinando la cabeza cuando pasas frente a él. Yo tras de ti, perdida en esas imágenes oscuras, extrañas, terroríficas. Una niña tras tus pasos. Un día me enseñaron todas esas oraciones, pero las olvidé. 
Como si me leyeras el pensamiento continúas caminando hasta que se acaban los viejos portales poblanos invadidos de comercios transnacionales. No me miras, no me tocas. Comienzo a sentirme estúpida por seguirte, sabiendo que no me espera nada; quizá un café, una descripción de los últimos años y un abrazo de despedida. Fue en ese instante que paraste tu andar y te volteaste a mí. Sentí esa, tu mirada. Era la noche, las voces acalladas en el pasado, tu ciudad que en ese momento se convertía en mía. El cielo poblano de estrellas, los ojos de tu dios cerrados. Una parte de tu máscara se rompió, decidiste quitártela. Nadie se dio cuenta, solo yo, que te conocía a pesar de la distancia. En un sueño, quizá. Carlos.