3 de agosto de 2015

En un sueño, quizá

A un amor de adolescencia

I
- ¿Dónde estás?- Hablaste por el teléfono, el ligero lazo que nos une a pesar de estar a pocos minutos de camino. 

Dónde, tan lejos de ti, de tu mundo. Encerrada por voluntad propia, en un frasco de miel (vieja, hecha piedra), recluida después de haber tocado uno de tus sueños. Tu expresión al dormir me dijo más de lo que te conocí en 2 años despierto. Pero al verme descorrer las empolvadas cortinas de tu corazón, tu miedo pudo más que la confianza y alzaste entre nosotros una nueva muralla china en la que escribiste un grito de ayuda disfrazado de palabras vacías, indiferentes... y yo sin saber hablar tu lenguaje.

¿Dónde estás en este preciso momento? ¿Dónde estoy? En la biblioteca, escondiéndome de mis sentimientos sin imaginar que en 3 minutos estarías aquí, descubriendo rápido el lugar que tanto tiempo me costó encontrar.

-¿Cómo se resolvía este problema?- Dices señalando uno de los muchos ejercicios de la clase de matemáticas, a unos minutos del examen final.

II
Son los restos de amaranto en tus labios. Son los últimos rayos del sol en tu cara. Soy yo, encerrada en tu abrazo. Abro los ojos, la ciudad bajo nuestros pies. El tibio calor en el pecho que me dejó ese sueño. Eres tú, llevas en tu nombre la señal. Tu silencio, tu extraña sonrisa, el beso que posaste en mi mejilla (para todos común, pero para ti... no). Mis ganas de acercarme, de desenmascararte, robarte esa molesta cordura que mantiene tus ojos abiertos.

III
Puebla.
Sólo bastaba una mirada. Desde que te conocí lo supe: las palabras no son tu fuerte. Por eso esperé a que tus ojos lo dijeran... Hace frío y no me abrazas. Tal vez tienes miedo, como en esos días de clases de física, inglés y filosofía. Mis cuadernos, tus dudas. Los pasillos bulliciosos, mi soledad. 

Tú y yo en el atrio de esa iglesia, rodeados de ángeles. Es mágico, ese dios ensangrentado que veneras inclinando la cabeza cuando pasas frente a él. Yo tras de ti, perdida en esas imágenes oscuras, extrañas, terroríficas. Una niña tras tus pasos. Un día me enseñaron todas esas oraciones, pero las olvidé. 
Como si me leyeras el pensamiento continúas caminando hasta que se acaban los viejos portales poblanos invadidos de comercios transnacionales. No me miras, no me tocas. Comienzo a sentirme estúpida por seguirte, sabiendo que no me espera nada; quizá un café, una descripción de los últimos años y un abrazo de despedida. Fue en ese instante que paraste tu andar y te volteaste a mí. Sentí esa, tu mirada. Era la noche, las voces acalladas en el pasado, tu ciudad que en ese momento se convertía en mía. El cielo poblano de estrellas, los ojos de tu dios cerrados. Una parte de tu máscara se rompió, decidiste quitártela. Nadie se dio cuenta, solo yo, que te conocía a pesar de la distancia. En un sueño, quizá. Carlos.



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