"El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un
sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente
muralla: la de nuestra conciencia"
- Octavio Paz, "El laberinto de la soledad"
Ciudad de México, Centro Histórico
El ombligo de la luna. El inicio y fin de esto que nos han
hecho creer que somos. Hijos de quiénes,
de aquella sangre medio borrada, medio enaltecida que duerme debajo de los
edificios barrocos. Pasado mítico. Hijos
de quiénes, de esta lengua con la que te hablo, con la que estructuro y
nombro el mundo… venida del otro lado del mar.
Suenan a lo lejos los tambores; neomexicas inventando lo que
creen los hace fieles al pasado. Al mismo tiempo bailan las campanas de la
Catedral, llamándonos a esa tan esperada salvación. ¿Salvación? Nuestras almas no sabían de pecado y ahora tienen miedo
a la oscuridad.
Tú y yo en el ombligo de la luna, inundados de noche. La noche… ¿Está dios dormido o es que Tonatiuh lucha por atravesar el mictlán y salir triunfante otra vez por el oriente? Nostálgicos
de lo que no vivimos, de esa memoria que nos hace ser nosotros mismos. Como
salidos de un cuento. Cierro los ojos y navego en tu cabello alborotado, en tu
cuello, en tus labios mudos de palabras. ¿Quién eres, quién soy? “No importa”,
me responden tus labios con el tacto. Lo sabré cuando despierte del sueño, con
la luna creciente en el recuerdo: tu sonrisa nocturna.
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