Donde comienzan tus labios, como la entrada a un mundo desconocido, cálido, infinito. Te sorprendo en mis sueños, sentado en la misma acera de antaño. Cómo me gustaría volver y encontrarte de nuevo. No sabía cuánta verdad tenía al decirte que el verano no volvería. No creíste, no creí.
Todas las cosas que creí haber olvidado vienen a mí de golpe; tu sonrisa, tu caligrafía, el camino que lleva a tu casa, la sopa de elote hecha por tu madre, tus ojos silenciosos, nuestros pies enlodados... todo eso que se quedó en el tintero y no fue; los sueños colgados en la pared de los recuerdos. Grillos, lluvia, calor... un año después fue verano, pero no el nuestro, ese murió el día que te fuiste.
Las palabras que no te dije se me revuelven en la garganta (el silencio tortuoso en el que envolví mi deseo). No supe diferenciar cuando mentías y cuando no. Tú siempre buscaste algo más, algo que asombrara a todos, que los hiciera admirarte. No estabas hecho de esto que decías amar, esto que soy... las calles anchas, los libros viejos, palabras sencillas que cualquiera podía decir, cotidianeidad.
Llovió, esta vez diferente. Las nubes no cubrían al sol y el agua era transparente, imponente. Como si el agua cayera así de golpe, sin orden. Ahora sé que una parte de mí te seguirá recordando como aquél que me rescató en una tormenta de agosto. Pero es preciso olvidar y por eso te digo adiós. Ese adiós que no dijiste nunca y que dejó tantas cosas en el aire.
Los grillos cantan al compás de las últimas gotas de lluvia. Llegó el otoño y a lo lejos, en el horizonte, las montañas limpias de vida pintan el cielo.
Los últimos días del verano (primera parte)