12 de diciembre de 2017

Veinticuatro de diciembre

Mil novecientos ochenta y siete

Mis papás se casaron un miércoles 23 de diciembre. Yo sé, un día muy extraño. Cuando fueron a pedir la misa en la iglesia, encontraron que los sábados  que le restaban al año ya estaban ocupados. "Yo no sé por qué todos quieren casarse sábado o domingo, habiendo tantos otros días" comentó el padre. "Ah, pues entonces casémonos entre semana". Y así fue.

A mis papás, como a muchas otras parejas del mundo, les pasó lo que al piojo y la pulga de la canción. Ya casi que no se casan porque no tenían dinero, pero salieron al "rescate" los padrinos. Mi tío donó un borrego, mis tías hicieron el pastel, la mamá de mi mamá el arroz, y los papás de mi papá el vestido de la novia. Fue una fiesta sencilla, en la casa donde creció mi padre. Por las fotos que he visto, sé lo mucho que se divirtieron los invitados.

Al día siguiente estaban ya en el departamento que comenzaron a alquilar cerca del metro Chapultepec, cuando no había edificios de 50 pisos en los alrededores. Era nochebuena y no tenían ni luz, ni gas, ni muebles, así que fueron a la rosticería de la esquina, compraron un pollo y lo cenaron sentados en el suelo, usando una caja de cartón por mesa. 

Dos mil trece

Es muy chistoso, yo no sabía que en nochebuena se debe ir a la iglesia. Lo supe hasta hace unos años, cuando un veinticuatro de diciembre, desde la cocina de la mamá de mi mamá (un tercer piso), divisé las torres de una iglesia barroca. Me intrigó porque mi abuela vive en el norte de la ciudad, donde las iglesias son mucho más recientes. Le pregunté y ella me contó que comenzaron a construirla cuando ella era niña. "Si quieres vamos a verla" se ofreció y yo luego luego le dije que sí.

Más tardecito, después de comer, emprendimos la caminata. Antes de salir, mi tía nos dio su niño dios para que lo lleváramos a bendecir. "Bueno, está bien" pensé, sin agarrar la onda. Caminamos hacia el sur, por las calles amplias donde ella creció. Cómo me gusta su barrio de casas de uno o dos pisos. Cómo me gusta el mercado y los vasos de yogurth con fruta que venden ahí. Íbamos platicando de sus andanzas de joven en los salones de baile del rumbo, de las gitanas que hace muchos años tocaban a las casas preguntando si querían que les leyeran la mano. Atravesamos el circuito, el antaño río Consulado que ella recuerda vivo. Seguimos un poco más. 

Después de treinta y cinco minutos llegamos. La iglesia, sí, bonita. Entramos y ahí fue donde lo comprendí todo. Vi a mucha gente con sus niños dios; es costumbre ir a misa en ese día tan importante. Nos acercamos a la pila de agua bendita. Saqué al niño dios de mi tía y y le hundí la cabeza en el agua. Me reí y mi abuela conmigo. Y en eso que sale un muchacho de quién sabe dónde. Me regañó: "No, así no. Debes hacerlo con cuidado. Así, mira" y me mostró cómo. "Ah oc" pensé aguantándome la risa. 

Volvimos contentas, con un niño bendito, un aprendizaje y el bonito recuerdo de la última vez que mi abuela quiso platicarme su pasado.

Dosmil quince

Nos quedamos de ver en el metro Eduardo Molina a eso de las 4 de la tarde. Yo me escapé de la casa de mi abuela mientras todos comían (lo que sucede es que ahí el festejo de nochebuena comienza desde temprano, cuando mi mamá y sus hermanas se reunen a cocinar,comen y luego cenan). Lo vi y como era natural en esos días, el corazón me bailaba en el pecho. Le llevé unas tortitas de camarón y él me dio unos aretes verdes. Quizá suene normal, pero para mí fue algo muy lindo y extraño. En casa nunca nos regalamos cosas en esa fecha. Ni ponemos arbolito de navidad, ni corona de adviento en la puerta, ni todas esas cursilerías de Santa Claus y nieve artificial.

Entonces estaba ahí, recibiendo los aretes verdes más bonitos de la historia. Me sentí como Akane en el capítulo "Una navidad sin Ranma". Luego fuimos por una paleta de hielo y jugamos maquinitas antes de que se hiciera de noche.

...Ah, se me olvidaba, justamente regalé los aretes verdes casi un año después. 






3 de noviembre de 2017

Un puente a la mar

Hace un par de semanas que comenzó el frío. El otoño es evidente mientras la ciudad recupera el ritmo y la alegría después del sismo. Yo sigo temiendo un temblor cada que estoy en el edificio que evacué a toda prisa aquél 19 de septiembre a las 13:14hrs, pero nada fuera de lo normal. A todos se nos acelera el corazón cuando escuchamos un sonido parecido a la alarma sísmica y vivimos pendientes de la ruta de escape.

Al menos no te enteraste de toda esta desgracia que fue septiembre en esta ciudad. Temblores, socavones, inundaciones, feminicidios. Una sensación como de que el mundo estaba por finalizar. Pero no sucedió. Lo único que se termina es el año, a quien muchos dan por muerto aunque todavía le restan dos meses.

***

Me pregunto si, aun cuando no celebraste el día de muertos durante tu vida, vendrías a visitar la ofrenda que te puse. Elijo creer que sí e imagino tu risa al mirar lo linda que quedó. Será la primera vez que comas pan de muerto y que huelas una cempasúchitl. Recorrerás las calles del barrio adornadas con papel picado y quizá algún perro pueda verte. Te encontrará tan bonita como siempre, con tu cabello largo y tu andar suave. 

Ven a visitarnos el año que viene, te extrañamos mucho.



Yo quisiera si pudiera, ponerle puente a la mar...


2 de octubre de 2017

Sábado atrasado

Un te quiero por cada día que no pasamos juntos. La distancia se hace larga, como la carretera que hay que atravesar para estar contigo. Un beso en el cuello por cada instante que me faltas. Amar es la carencia constante, el deseo constante de mis dedos navegantes de tu piel. 

"Nunca es tarde si la dicha es buena"

Te encuentro en el filo del tiempo. En la última costa del mundo, el abismo absoluto. La angustia me inunda y sólo encontrarme en tus ojos me devuelve al mar en calma. Es que tú duermes todos mis dolores. 




El sábado comienza cuando mi mirada se cruza con la tuya y en un abrazo me cercioro de que no eres una ilusión. O sí. A estas alturas, lo dudo todo. Por eso prefiero decir que esto es un sábado atrasado.

25 de agosto de 2017

An/zures

Vuelvo a la colonia Anzures después de un año. Qué relativo es el tiempo; parece que todo sigue igual y a la vez pequeños cambios revelan el paso de los meses. Un negocio que no estaba, balizamientos más desgastados, nuevos baches en el asfalto. Yo misma soy distinta a aquella que atravesaba Gutemberg en ecobici con su línea del deseo apuntando al hombre de los mapas. Irónico ¿he? El hombre de los mapas estaba más perdido que yo al terminar la universidad. Son finales de agosto y regreso con los mismos lentes pero con el cabello mucho más largo que en aquellos días. 

***

Trescientos sesenta y cinco días después puedo mirarlo todo como a través de un espejo. 


***

Batajando recuerdos-Claribel Alegría

Barajando recuerdos
me encontré con el tuyo.
No dolía.
Lo saqué de su estuche,
sacudí sus raíces
en el viento,
lo puse a contraluz:
Era un cristal pulido
reflejando peces de colores,
una flor sin espinas
que no ardía.
Lo arrojé contra el muro
y sonó la sirena de mi alarma.
¿Quién apagó su lumbre?
¿Quién le quitó su filo
a mi recuerdo-lanza
que yo amaba?


* Gracias Mafer por la recomendación del poema/ Gracias Xóchitl por ser motivo para reencontrarme con la Anzures

19 de agosto de 2017

Entre el sábado y el domingo... hold on.

Me quedo en tu espalda clara; salvavidas en la oscuridad. Me quedo en tus ojos frescos de las diez pe eme, en las palabras que a cuentagotas caen en el adén del metro. Yendo hacia ningún lugar que valga la pena; las estaciones se suceden y como la arena de un reloj, el tiempo se agota entre mis manos. En qué parabus, en qué puesto de dulces nos volveremos a encontrar. Pronto serán las once de la noche, luego las doce, la una, las dos. Las calles vacías, soledad que se respira entre el sábado y el domingo, cuando tú no estás aquí.  Cuando yo no estoy ahí. Quién tejerá mis trenzas si no son mis manos.

Este mapa no me alcanza para ubicar el lugar donde estoy, quizá porque llevo por guía un par de ojos ajenos. O no. Son los míos pero distintos a los que tenía cuando me conociste. De un tiempo para acá todas las plantas de mi balcón fueron muriendo, y un pedacito de (mi) vida con ellas. Pero con cada despedida un encuentro, por eso estamos aquí, en un vagón del metro que avanza rápido por las entrañas de esta ciudad-monstuo. Hablamos de las hormigas que sobrevivieron al diluvio de ayer, de los grillos que a veces cantan en los rincones de la casa de mi abuela, de los piojos que abandonaron tu cabeza desde que cambiaste de shampoo. Quisiera detener el tiempo, un momento, para tomar tu mano y ponerla sobre mi pecho. Como no puedo, cierro los ojos para que no puedas entrar. ¿A dónde? A las entrañas de esta mujer-monstuo.

If love is the answer, you're home; hold on.
[...]
I need something... more.

 

Foto de "La Ciudad de México en el tiempo"

26 de julio de 2017

Magdalena

Era casi seguro que hoy llovería. Solo con saber que es 22 de julio, día de María Magdalena. La verdad es que ese personaje me cae bien porque no fue la típica virgen virtuosa-toda-la-vida; conoció de todo y al final, aunque se deshizo en lágrimas, amó y fue amada. Mira qué chistoso, acabé tomando misa precisamente hoy.... se la debía.

***

Existen, tras la lluvia, diversos tipos de charcos. Los pequeños poco profundos que uno puede pisar sin consecuencia alguna; los largos que se extienden en toda la banqueta y obligan al transeúnte a caminar sobre el arrollo. Hay charcos engañosos donde usualmente se ahogan decenas de zapatos. Pero los peores son aquellos que, aprovechando los desniveles del pavimento, conforman un complejo sistema de islas y lagunas que hay que atravesar con estrategia y equilibro. 

Una vez resguardados del agua, nos miramos a los ojos y nos echamos a reír. No sé por qué. Será que la travesía fue divertida y un poco fallida (se nos mojaron los zapatos y hasta los calcetines) o será que después de llover se respira un aire tranquilo y suave. Miro el mundo claramente y a lo lejos alcanzo a ver fuegos articifiales. Debe ser en la Magdalena Mixhuca, o algún otro pueblo loco que le reza a la santa. Qué importa; nos sentamos a verlos mientras el sábado avanza por la Alameda Central.

María Magdalena de Jicotlán, Oaxaca

10 de julio de 2017

MP

Desde que te fuiste no ha dejado de llover ni un solo día.  Debes saber que la lluvia acá no es como en Manizales. Una vez que comienza a llover el día ya se jodió; es muy difícil que se componga, vuelva a salir el sol y suceda un sublime atardecer. Más bien todo se desmadra. Y no lo digo como una queja, al contrario. El aire está limpio y yo me la paso todo el día el la ventana viendo los coches y la estela de agua que dejan al pasar sobre los charcos. 

***
Sensación, Arthur Rimbaud

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano,
herido por el trigo, a pisar la pradera;
soñador, sentiré su frescor en mis plantas
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma.
Me iré lejos, dichoso, como con una chica,
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.


***
El cielo es blanco, completamente blanco. Las mañanas parecen eternas y terriblemente frías para ser verano. Si vivieramos en la misma ciudad esta tade no sería tan melancólica, porque iría a visitarte a tu casa en bicicleta. Nos tenderíamos en tu cama a escuchar Caifanes, beber café y a mirar por la ventana lo que sucede en el mundo. Luego, cuando la lluvia pasara, saldríamos a dar una vuelta por ahí. Quziá a un museo, una refinada obra de teatro (donde me quedaría dormida y solo despertaría para aplaudir) o un simple atardecer reflejado en las nubes. 

Me pregunto cómo habría sido nuestra amistad si nos hubiésemos conocido desde niñas. ¿Habríamos festejado el día de las velitas en tu barrio o habríamos salido a pedir calaverita juntas en día de muertos? Qué lejanas parecían nuestras vidas hasta que nos encontramos. Me da tanta alegría pensarlo; en este mundo, viviendo en ciudades distantes, nos conocimos. Una rola y una chilanga. Bogotá y la Ciudad de México, capitales faltas del agua que antaño las cubría, reflejadas una sobre la otra.

***
Hasta que nos volvamos a encontrar, guarda estas palabras que te escribo. Yo guardaré en una cajita de madera el recuerdo de tu cabello largo y ondulado. 

No necesito flash, 
aunque sea de noche.
Porque no te apagas
eres de luz un derroche.


22 de junio de 2017

Carta al polo norte

Escribirte es como mandar cartas al lugar más lejano del mundo. A veces la tristeza parece eso; un espacio solitario, frío y oscuro... algo así como el polo norte (¿o el sur?). Me gustaría que mis palabras te transmitieran la alegría que por mi corazón transita. Por eso, antes de mandar esta carta, rocío en las hojas el perfume de mi cabello y meto en el sobre un pulparindo. 

Seré breve. Te mando todo el cariño que cabe en mi corazón. El recuerdo de una noche en los carritos chocones, un par de caguamas XX y un abrazo profundo que calme el dolor, al menos por un rato. Van adjuntas unas hojitas de toronjil para que te hagas un té antes de dormir y puedas soñar con otros horizontes. No te preocupes, el mundo sigue girando. Te prometo que cuando vuelvas habrá nuevos circuitos que programar y muchas calles para seguir caminando bajo un cielo despejado.

Por ahora disfruta el viaje y cuando tengas tiempo escribe de vuelta; esperaré con ansias noticias tuyas.  


Te quiere y extraña,

Murci.




14 de junio de 2017

Digno adiós

Nunca creí que una despedida pudiera ser tan alegre. La casa se llenó de personas queridas. Mis entrañables amigos de la secu, mis colegas gestoras, mis cuates hippies de la prepa más fresa. Vinieron mis primos, mis tías. Incluso algunos de los personajes que conocí haciendo trabajo de campo. Amigos de cerca, de lejos (sí, de Colombia también). Mis padres, mi hermana. No sé cómo cupimos en un espacio tan reducido. Será que el corazón tiene muchos tamaños. A veces parece tan pequeño, tan seco. Otras, como en ese momento, el corazón era tan abundante que no me cabía en el pecho. 

¿Qué se puede encontrar en una fiesta de este tipo? Apenas y lo pude imaginar. Hubo mucho mezcal, unos cuantos garrafones de pulque, aguardiente amarillo, chetitos y jícamas con chamoy pa botanear's. El baile no se hizo esperar; cumbias y ritmos tropicales. Risas, muchas. Incluso algunos poemas en un rincón, fueron recitados. Ya por la noche, pusieron a calentar agua para café y para chocolate con cedrón. Qué buena idea esa de traer pan de la ideal, pero mejor la de comprar una pizza de camarón; se acabó en un santiamén.

Aún no terminaba la fiesta y algunos ya pedían la fecha para la próxima. Bueno, aguarden, que el baile continúa. Y sigue y sigue. Hasta que nos duelen los pies, hasta que sudamos todo el alcohol, todo el dolor que cargábamos en estos rotos corazones. 

La música baja de intensidad y corro las cortinas del cuarto: ha amanecido.

***

Desenmarañé la tristeza, caminando. De a poquito las palabras me condujeron a lo que desde hace mucho tiempo me negaba a decir, a decirme a mí misma. No creí que el final pudiera ser igual de lindo que el comienzo. Pero aquí estoy, entera, completa, ya lo ves. Ahora sí, finalmente y con todo el amor que existió en mí; chao pescao.

***

Por lo que fue, lo que será y lo que sigue siendo. Por las puertas abiertas, las cerradas, las ventanas, los hoyitos que tiene el corazón. Por el compartir(se) que implica amar a alguien. Y por la dicha de celebrar la vida acompañada por tantas sonrisas. ¡Gracias!



11 de junio de 2017

Gypsy

Imperfecta como la piel de una anciana sonriente. Redonda y blanca como queso de rancho. Se me antoja un trocito en un taco. Quizá acompañada de ate de tejocote o como en Colombia, hundida en una taza de aguapanela caliente. Hoy la luna llena nos alumbra los sueños.

***
Dice mi asesora que debo dejar de escribir poéticamente en mi trabajo de titulación. Que no quedan claras las ideas, que así no me van a aprobar el protocolo. Marcó en amarillo todos los adjetivos que le parecían inapropiados. Yo no dije nada; seguía apenada por haber llegado tarde a la cita. Me quedé con las ganas de decirle que bueno, puede que algunas observaciones suyas tuvieran razón... pero que si quitara todas las metáforas del trabajo, sería como si yo no lo hubiese escrito.

***
Encontrar cauces de ríos muertos en la traza urbana actual... como una gitana leyendo el pasado en la mano de la ciudad.




Back to the gypsy that I was

17 de mayo de 2017

Contingencia/s

Mayo del dos mil diecisiete

El centro histórico a la hora de comer. Tres de la tarde; la gente va y viene, igual que los olores que hacen a las tripas gruñir porque denotan la diversidad de alimentos que se pueden consumir por estos lares. Caminaba apresurada por Moneda y al llegar al Zócalo te vi. Ibas montado en bici, esa que heredaste de tu madre. Vaya loco. Estamos en contingencia ambiental y tú como si nada, esquivando carros y a uno que otro peatón suicida (en el centro abundan). No te pude gritar. En realidad no quise hacerlo, preferí guardarte en mi mente así, fugaz. Apenas unos segundos ... cuatro, tres, dos, uno y no eras más que un puntito lejano, difícil de distinguir por entre los rayos del sol/ la neblina artificial que nos nubla los ojos.

Mayo del dos mil dieciséis

A falta de mar y barcos, decidimos emprender el viaje romántico en trolebús. Es que estos meses que la ciudad ha estado lo que le sigue de contaminada, todos los RTPs,  trolebuses y el tren ligero están gratis. 

Atravesamos la ciudad de oriente a poniente en el suave andar del trole (que con sus antenas conectadas a los cables de luz parece chapulín). Recargas tu cabeza en mi hombro y cuando comienzas a mover tus dedos involuntariamente sé que estás ya dormido. Mi querido marinero con olor a suavitel.

Ya casi llegamos a la terminal y me da pena despertarte. Hay mucho tráfico; eso te dará algunos minutos más para seguir soñando... ¿en qué? Quizá que paseas a tu perro por las calles torcidas de tu barrio. Caifán todo ansioso y tú con ganas de mirar el cielo (suerte que en el sueño la ciudad no está en contingencia ambiental). El semáforo cambia al verde y yo me imagino que es el viento en las velas de nuestro barco el que nos hace avanzar... tal vez un día.



26 de abril de 2017

Que nada sea todo

Hoy salí temprano del trabajo... es decir, antes de lo acostumbrado. Me emocionó tanto el escalonado caer del sol por la ventana que salí casi corriendo del edificio. Luego caí en cuenta que no era tan temprano; el horario de verano hace parecer que la tarde comienza cuando en realidad ya son las 7 de la noche. Esa repentina y breve emoción me condujo irremediablemente a ti. Por un pequeñísimo momento tuve un flashback: yo llamándote a tu rascuacho y siempre temporal celular para acordar una cita espontánea (aquellas que caracterizaron nuestra urbana relación). ¿A dónde me gustaría ir en este momento?

Quizá te pediría vernos en la rehabilitada (para que me entiendas) plaza Seminario, como aquella vez. ¿Te acuerdas? Yo sí:  subí las escaleras del metro Zócalo y caminé buscándote entre toda la gente. Te encontré platicando con una señora que tenía en una mano una bolsa llena de mercancía y en la otra a un chamaco de 6 años (seguro su nieto). Ella te contaba la odisea que le esperaba para volver a su casa (la periferia de la que tanto te platiqué) mientras tú imaginabas aquello como un cuento, por ser tan ajeno a ti. Ay, esa manía tuya de ir haciendo amigos por todos lados. Me acerqué, mi mirada llamó a la tuya y en un acto reflejo sonreíste. Ay, esa costumbre tuya de sonreír cuando estás feliz, nervioso, triste e incluso cuando estás enojado. 

Una de las cosas que más me gustan de esta nueva etapa de mi vida es que ya no necesito usar el metro para ir del trabajo a mi casa. Basta tomar una micro y por cuatro pesos (próximamente cinco) estoy en mi colonia. Adiós al poco oxígeno y los apretujones del metro. La susodicha micro no tardó en pasar. Subí, pagué y me senté (sí, casi siempre alcanzo lugar). Tlaxcoaque, la Tránsito, el Sonora, el parque de los periodistas, la delegación. Voy mirando por la ventana recordando, recordando(te), recordando(nos).

Luego de encontrarnos en Seminario caminamos al extrañamente vacío Zócalo. Divertido te sentaste en el suelo y me invitaste a hacer lo mismo. Ay ese afán tuyo por hacer cosas tan simples. Me lo pensé un rato, pero como vi que tú no ibas a ceder me acomodé a un lado de ti. Y ahí estuvimos, debajo del mástil falto de bandera, en el centro del Estado-Nación (así, con mayúsculas), tocando las estrellas... hasta que se hizo de noche.

Te extrañé tanto. Te extrañé con las plantas de mis pies, las uñas de mis dedos, con cada uno de mis cabellos. Te extrañé desde lo más profundo de mis sueños, desde la más lejana de mis islas, desde la más debastada de mis ruinas. Hoy, sin embargo,  te recuerdo lejano, detenido en el tiempo. Agradezco que no hubieras vuelto para rescatarme del naufragio, porque así tuve la oportunidad de rescatarme a mí misma.



7 de abril de 2017

Sueños azules II

"Antes también sucedió algo parecido, ¿no? [...] Hablamos en un sueño. ¿Ahora es también así?" B.Y.


Voy de tu mano, caminando por el lugar donde viví la infancia. Sé que eres tú, aunque no te puedo ver el rostro; solo miro tu espalda, pues vas adelante de mí. Crecí en una colonia donde las calles tienen nombres de puertos: Puerto Marquéz, Puerto Acapulco, Puerto Vallarta... nosotros caminamos por Puerto Guaymas, la calle más bonita porque es la que tiene camellón. Vamos a la altura de la papelería. ¿Me creerías si te cuento que una vez dejé mi bici olvidada ahí? Llevaba a mi hermana en los diablitos, estacionamos la bicicleta afuera, entramos a comprar unas monografías y cuando salimos, nos seguimos de largo. Por suerte la guardaron y días después, cuando notamos su ausencia en casa, fuimos a recuperarla. 

Seguimos andando. Tu playera es verde y en ella se mira la sombra que proyectan los árboles llenos de hojas. Mi mano tomada de la tuya, guia al resto de mi cuerpo. ¿Por qué estamos en este lugar? Parece que lo conoces como yo, aunque nunca has estado aquí. Qué importa. Cierro los ojos y me dejo conducir por un mar de recuerdos.

*** 

A donde voy te llevo conmigo. Es que te has vuelto tan familiar que el ser yo misma implica ser un pedacito de ti. Los lugares donde hemos estado, las metáforas que hemos intercambiado, las tristezas y alegrías que hemos compartido. A veces no sé qué hacer con tantas palabras. Las tejo en sueños, y es cuando apareces aquí, a mi lado: sentados en un vagón del metro medio vacío. ¿A dónde quieres ir? Podríamos ir por unos tacos, una cerveza o al cine. Pero en la noche los cines están cerrados... igual que las bibliotecas y las tiendas de tornillos. Es chistoso. Cada que estoy contigo no puedo encontrar la luna. Será que mis ojos se hacen más miopes o que estamos destinados a coincidir siempre en luna nueva. Acaricias mi cabello y se me olvida todo: que es muy noche, que no tenemos un rumbo fijo, que debes volver a donde te esperan, que sólo eres un sueño y por lo tanto, desaparecerás en cuanto despierte.

Well I wonder
do you hear me when you sleep?
[...]
Please keep me in mind
 




1 de abril de 2017

Agua de Piña

De todas las cosas que me enseñaste, hoy apliqué la de viajar en los camiones morados de Tlalpan. Si no lo hubiese sabido, habría subido en la primera micro. Es que los camiones morados son súper rápidos, incluso más que el mismo metro. Qué bien se siente atravesar la ciudad de sur a centro casi volando; una efímera libertad de lunes a medio día. Suena una canción conocida en el radio y (tal como ese sábado por la noche camino a Chabacano) no puedo dejar de cantar.
Esta vez sí llegaré a tiempo.

***
¿Cómo acabamos aquí, en las escaleras de un edificio viejo sobre Izazaga a las 9 de la noche? Puedo hacer la reconstrucción de los hechos. Primero la delegación Cuauhtémoc, luego Puente de Alvarado (oscuridad, prostitutas), Hidalgo iluminado de puestos ambulantes, la Alameda fresa y los antros que la rodean, el nuevo reloj de la Torre Latinoamericana, Madero (sin comentarios), 5 de febrero, Regina, (breve parada para beber mezcal cortesía del Museo Casa Indómita), Isabel la Católica hacia el sur... un puesto de tamales ("Si no le gustan, no me pagan", "¿Y si me gustaron más o menos?", "Ah, ahí no aplica").

Entramos al Seven Eleven y compramos un café-capuchino. Hacía un montón que no tomaba uno... desde que estaba en la secu y no sabía qué era el café de verdad (creo que sigo sin saberlo). Finalmente nos sentamos en las antes mencionadas escaleras viejas a beber el café-azúcar mientras miramos los coches pasar.

Suerte que existen pasos vagabundos con quién compartir la cotidiana poesía de la noche.

***

En una fondita de la colonia Guerrero descubrí que los miedos se disuelven bien en agua de piña. Entra un hombre con guitarra y comienza a cantar... "No, I won't be afraid just as long as you stand, stand by me".

Paisaje de la Urbe, Carlos Mérida


1 de marzo de 2017

Ping-pong

Son las 10 de la mañana y te miro fumar en las escaleras. "Nunca es demasiado temprano para destruirse" dices sonriendo y yo pienso que eso es tan poético que lo recordaré para toda la vida.

Hace tanto calor que creo comenzar a delirar. ¿Te habías dado cuenta que en el centro casi no hay árboles? Pinches españoles y sus trazas urbanas. No previeron que en unos cientos de años esta madre se convertiría en un horno. Trato de no mirar el cielo. Verlo gris y contaminado me estresa. Igual que las señoras que tardan años luz en subir al camión con sus bolsas del mandado llenas. Chofer ya no las deje subir. Al fin pasamos la Merced. Un alto, dos altos. Diez minutos. San Pablo, Pino Suárez, 20 de noviembre, Isabel la Católica. Bajo de volada. Me gusta esta calle, aunque no pueda caminar por la acera con tanto puesto (órale, elotes con sal y limón en seis pesitos). Me escabullo entre la gente y los carros. Soy un peatón irresponsable, lo sé. Pero es que a medio día en el centro no existe regla vial que se respete. Bueno sí. Estoy exagerando... como siempre. 

Seis de la tarde y te encuentro fumando. Vuelves a sonreir pero no dices nada. Me miras. Te miro. Jugamos al ping-pong. Aquí, allá, aquí, allá. Pierde el primero que baja la mirada. Todo es más tranquilo ahora. Los puestos se quitaron, ya no hay señoras con bultos de verduras/chetos/pelotas subiendo a los camiones y aunque el trafico continúa, ya podemos caminar por la acera... ¿vienes?



21 de febrero de 2017

Así te quería... de papel

Ahora que vas al mar, no olvides traerme un caracol donde pueda escuchar el ir y venir de las olas... Lo pondré en mi oído cada que me sienta perdida y así será más fácil re-encontrar el camino.
 
  •  
Las sábanas blancas de mi cama de pronto son olas de un mar agitado en el que nado sin respirar. Busco la salida y apareces tú. Tu rostro desdibujado, quiero decir. Es como si poco a poco lo fuera olvidando. Luego despierto del sueño y aún es de noche. Me parece increíble que no recuerde cómo son tus uñas. Cuántas veces las repasé con la mirada, con el tacto. Es inútil. El tiempo, es el tiempo; la máxima cura del mar de amor. 

Se ha terminado el viaje. ¡Gracias a todas las islas-hogar que recibieron mi náufraga embarcación! Hoy el desayuno es en mi muelle (no olviden llevar moras, para compartir).