26 de noviembre de 2016

De cafés y libretas

Cafecito en la mañana. Bueno, es un decir. Ya casi es medio día y yo siento como que son las ocho. Hace tanto frío que apenas uno se queda estático se congela, pero el café me calienta por dentro. Me lo han servido en un vaso de cartón con un diseño interesante. Ah, se me olvidaba decir que estábamos en una de las muchas cafeterías de la Roma. Eso explica no sólo el diseño del vaso, también las lámparas modernas, las paredes blancas y el techo como de corcho (para tener buena acústica, dice el arquitecto). Me siento como en un museo de arte contemporáneo. 

El vaso realmente me gusta, tengo ganas de llevármelo a casa, aunque no sé para qué. Es que para mí es novedad; yo no soy conocedora del buen café, no suelo tomarlo en cafeterías tan guays. Ahora que lo pienso, no soy conocedora de café, ni de vino, ni de mezcal, ni de comida, ni de música, ni de arte... No miro los detalles de las cosas, mis gustos son simples (es decir, no refinados).

Comencé a beber más café desde que estuve en Colombia. Es barato y por todos lados uno encuentra, si no una panadería (todas las panaderías venden café), un carrito ambulante con termos. El vaso (que es pequeño) cuesta algo así como 3 pesos mexicanos. El plan siempre es ir a beber un "tinto" y charlar; por la mañana, por la tarde, por la noche. De todos los momentos, descubrí que mi favorito es después de la comida. En la sobremesa, un tinto es capáz de equilibrar el alma, alinear los chacras y, si se está con la persona correcta, puede hasta adivinarse el destino en él.

Acá tomar café en la calle es como un lujo, algo intelectual. Más en estos lugares, donde un café cuesta mínimo 30 pesitos y va acompañado de wifi, sillones cómodos/exóticos y un ambiente o viejo o futurista . Lo que te choca te checa, dicen y sí. Yo que repelo estas prácticas hipsters, últimamente me la he vivido aquí, en la Roma. No por decisión propia; son las circunstancias las que me han orillado, cabe aclarar. Ni modo, de todo se aprende. Y yo acá sí que he descubierto cosas interesantes. 

Metí el vaso a mi bolsa, pero como es tan pequeña, todo él se arrugó. Chin. No hay pedo. Recortaré el diseño y lo guardaré con los otros recortes que esperan ser pegados en alguna libreta. Y hablando de libretas; hoy escribí en la última hoja vacía de la mía. Puede parecer banal el dato (como todo este escrito), pero va muy acorde a todo lo que he vivido en estos últimos días (se acaba el amor, se acaba el semestre, se acaba el servicio social). Necesitaré una nueva libreta pronto: el dos mil dieciséis se ha terminado ya, antes de que llegara el 31 de diciembre :D

'Jardín público' ¿o común?, en Tonalá



 

19 de noviembre de 2016

Martes en el mar

Hoy por fin salió el sol. Sí, yo sé que sólo fue un ratito, pero bastó para hacer crecer la ilusión de calor en mi corazón. Digo ilusión porque el sol de otoño no es como el del verano que enta por la ventana y lo entibia todo. Ni modo, así son las cosas en esta época. Decido no salir hoy; quedarme en casa, correr las cortinas e imaginar que afuera es agosto otra vez. 

 Nos veíamos los martes a las 2 de la tarde. Salía de una serie de conferencias sobre Identidades, caminaba unos minutos y llegaba al lugar de encuentro (el punto medio entre su facultad y la mía): la Biblioteca Central. Lo esperaba (porque siempre llegaba antes que él) en la entrada que da a las Islas. Emocionada. Eran los primeros meses de universidad y todo era nuevo; los compañeros, los sueños, los debates, la paz de sus ojos claros-mar. Me gustaba ver los árboles que están camino a la Facultad de Arquitectura. Así, en esa perspectiva (desde la Central) parece que se trata de un sólo árbol gigante. En eso estaba cuando lo veía llegar. Sonriente, brillante, con su portaplanos en la espalda.

Emprendimos la aventura de comer en cada una de las cafeterías de CU. Fuimos a la de Derecho, Ingeniería, Arquitectura, Filosofía (el comedor vegano del Che), Medicina y al pasillo de la Salmonela... Buscábamos lugar para tres: él, yo, y nuestra fiel acompañante, su maqueta. Las pláticas giraban alrededor de las clases, los desvelos, las entregas y lo más importante: los sueños. 

Sus palabras agua, mis palabras viento. Un grillo que cantaba debajo de mi cama mientras yo soñaba con la luna de octubre, con el azul de su mirada. La calma de su caminar, las olas agitadas que se despertaban en mi pecho. Fue verano feliz, lleno de agua y lleno de martes.

Nos dejamos de ver. Él se cambió de universidad (aunque después de unos meses, volvió) y yo lo extrañé en silencio. En el tintero (mi tintero) quedaron palabras que nunca terminé de decirle. Ahora, varios años después, escribo esta historia en un barquito de papel que lanzo al mar con la esperanza de que algún día llegue a sus manos. 




Ángel sin cabeza, 2012

5 de noviembre de 2016

Tin-ton


Mira cómo me tienes: perdida. Perdidos los sentidos, perdido el norte de mi brújula. En este sin fin de caminos aquello que me guía es tu sonrisa. Sí, con todo y los dientes chuecos que te cargas y que te da pena mostrar. Tu sonrisa y la facilidad con la que haces que los días grises se hagan azules. Cómo me gusta ver el cielo a tu lado. Me transmites la paz de tu respirar (así es más fácil soñar). Siempre y cuando no me toques. Es que posas apenas tus manos en mi cintura y todo sucede menos tranquilidad: la sangre corre rápido, el corazón se agita... de mi piel se desprenden los colores del amor (del amor tin-ton).




23 de octubre de 2016

Impar

Del par de aretes que me regalaste, perdí uno. Pero no te preocupes, todo bien. Siendo sincera, cuando los vi por vez primera pensé que eran demasiado hippies para mí (o sea, súper dúper hippies). Por eso nunca los usé. Permanecieron guardados, y el día que los estrené, ese mismo día perdí uno.  

Hubiera querido que todo fuese más poético (como los que perdí acostada en el pasto, mirando el cielo a tu lado en lugar de estar en clase de náhuatl). Pero no. Fue en el metro lleno de mujeres ansiosas por llegar a tiempo al trabajo. Entré (tras varios empujones) al vagón con los dos aretes; salí con uno. Se habrá quedado tirado entre zapatillas negras, o colgado en el abrigo de alguna oficinista. ¿Y luego? Un arete sin su par está destinado al olvido en un cajón. O tal vez no; acuérdate, "nunca falta un roto para un descosido". 








6 de octubre de 2016

Efervescencia

Era como estar adentro de un vaso con refresco de manzana. El cuarto estaba oscuro y lleno de gente. Todos bailaban, bebían, hablaban fuerte para escucharse entre ellos. Por eso me resultó comprensible que se acercara tanto para platicar... ¿de qué?, no me queda claro. Yo sentía que le dábamos vuelta a la misma cosa. Cerquita. Aunque no bebí nada me sentía extraña. Ya lo díje, me creí en un vaso de refresco porque mi mente dibujaba burbujas alrededor de su sonrisa.


25 de septiembre de 2016

(a la velocidad de una micro en Tlalpan)

En el mapa del dolor los caminos se desdibujan. Se pierden los nombres de las calles, los puntos de referencia, el norte y el sur. Encuentro alivio al caminar, por eso sigo aunque no tenga un rumbo claro. Voy recordando, voy sintiendo. Los lugares se suceden uno a uno. Qué larga, qué corta es la ciudad sin medidas; solo gente, carros, negocios, perros y el cielo azul atardeciendo. 

Después de un rato (mucho, poco tiempo), van apareciendo espacios de luz que atraen a mis pies cansados. Busco, qué busco. Aquello que no puedo encontrar sino en mí misma. La mezcla de lo que he vivido y lo que no viví. Ella me contiene, yo la imagino: una ciudad que a mis ojos parece triste y cansada. Rota, como la línea del deseo que me guiaba antes de que tú decidieras partir. 
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Dónde, en tu pecho amplio, en el camino de tu espalda, en tu boca de melón. Dónde, en la piel de tus brazos, en el tacto de tu entrepierna, en el calor de tu aliento. Me encuentro (irónicamiente) perdida. Como  viajando en un barco sin mar. A veces toca esperar a ser rescatado, a veces uno es el navegante que busca a un corazón en el mapa. Sin encontrarlo. Ni modo. Estoy ya subida en el barco... ¿alguien quiere ser visitado, en su isla?
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Al final, el camino sigue conduciendo a puerto. Desierto, olvidado. Lo que sucede es que cuando estabas tú lo veía con otros ojos. Me duele pensar que ya nunca desembarcarás aquí, con tu maleta rota y tu sonrisa oculta. No volveremos a beber café de 20 pesos, ni a espantarnos los moscos con cuidado, ni a platicar de nuestros sueños, que de tan grandes a veces nos asusta imaginar. No. Ya no montarás mi bici y yo no iré detrás de ti, dándote microbesos (en el cuello, en tus mejillas, en tus hombros). El puerto quedó vacío, solo quedan unos barcos grises cargados de sueños rotos y pescado fresco. 

Esto también pasará.

Cada que tomo té de lavanda me acuerdo de ti. De tus ojos felices tras la cena, de tu voz perdida relatando viejas historias de amor, del olor de tus axilas, de tu sonrisa tibia al despertar. Vuelvo al recuerdo de tus labios que poco a poco se han vuelto tan familiares que creo saberlos de memoria. En cada momento, en cada lugar. Beso de mañana, beso de despedida, beso de pasión, beso incómodo, beso confundido, beso de cariño (yo no sabía que así se siente el amor; viajar a la velocidad de una micro nocturna en Tlalpan). 

Todo lo guardo en una taza de té de lavanda para que nadie lo pueda encontrar, para que no lo pierda nunca, aunque dejemos de estar juntos.






21 de septiembre de 2016

Tres de la mañana

 14 de junio del dos mil catorce

No puedo dormir. Pienso en ti y en tu maleta. En las cosas, en los recuerdos que te llevas de aquí. En cómo los seleccionaste. Pienso en tus manos en mi cintura, en tu boca presa en mi cuello. En el tiempo que pasa lento, la noche infinita que me separa de ti. En lo mucho que te quiero, en lo poco que siento el sentimiento de vuelta. No quiero sonar fatalista. A veces pienso que estás acostumbrado a esperar, mientras yo quiero vivirlo todo. Otros días más optimistas imagino que me piensas con amor, sólo que no lo expresas. No sé de qué me sirve todo esto que me haces sentir. Tal vez para recordar que estoy viva, que tengo veinte años, que puedo sonreír al pensar en alguien y enojarme porque no es suficiente. Quisiera ir al cine y quedarme dormida en una butaca, comer una rebanada de sandía, conocer nuevas personas, regresar a casa y recibir una carta donde me cuentes que todo va bien, que la vida te gusta, el cielo y mis ojos, aunque tengas que imaginarlos en la lejanía. 

Me gustaría tomar prestados versos de poemas y hablarte con ellos, pero me da miedo que no los entiendas y los tires por la ventana.Todas esas palabras que no dices y que me gustaría escuchar. Mi cabello en tu cara, revuelto, revuelto el mundo, tu mano en mi mano, la luna llena, una torta de chorizo en lugar de una hamburguesa, yo rompiendo tu carro, tú besando mi oreja. Se me acaban las palabras. Mañana vendrán más. Pasa un avión encima de mi colonia mientras todos duermen. Espero que sea domingo para escribir, ya te lo enseñaré. Te mando un beso, póntelo donde quieras. 




20 de septiembre de 2016

Cinco de la mañana

Palabras tristes:
Metro vacío, margaritas, azul, tráfico, distancia, poesía, lágrima, vialidad primaria, olvido, miedo, efímero, insomnio, calle, desodorante, avión, cerveza quemada, adiós, hambre, máscara, muelle, habas.
Palabras felices:
Trolebús, papá, café, sonrisa, poesía, cielo, calle, beso, memoria, ojito, Popotla, azul, flor silvestre, lápiz, Murci, huele de noche, árbol, bicicleta, pulque, botón, sábana, quesadilla, salsa (verde).
 
 

4 de septiembre de 2016

De noche(s)



“Ya dije que las metáforas son peligrosas. El amor empieza por una metáfora. Dicho de otro modo: el amor empieza en el momento en que una mujer inscribe su primera palabra en nuestra memoria poética” Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.
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 El límite entre el día y la noche, entre mis pasos y los tuyos (rápidos, seguros). ¿Por qué siento que todo lo veo por primera vez? Las calles del centro que tantas veces he recorrido… me parecen tremendamente bellas. Será el cielo blanco después de llover, será el taco de canasta en mi estómago hambriento, serán tus pasos (rápidos, seguros).

Avanzamos en espiral; laberinto novohispano invadido por transnacionales. Avanzamos a las seis, siete de la tarde, cuando los locales cierran y la gente como hormigas camina al metro. Por un instante el centro parece otro. Debatiéndose entre la vida y la muerte, entre el pasado y el presente, entre el amor y el odio.

El camino nos conduce al final del laberinto: el Templo Mayor. Las palabras que me dices cerquita, al oído, bailan al compás de las campanas de la Catedral. A nuestros pies las ruinas de un pasado acallado, sangre vieja, rota. La otra ciudad que duerme debajo de los edificios barrocos, recuerdo de la guerra que aún persiste en nuestra sangre.

Y ahí, pequeños, estamos los dos; amantes del caos que nos vio nacer. Tú y yo, hechizados por un atardecer blanco (¿ya dije que el cielo era blanco, todo blanco?), por el cúmulo de historias guardadas en el corazón. Sonrío y no alcanzo a decirte todo lo que siento… sólo con un beso (tímido, intermitente, mágico, como tú).

El cielo se mira azul reflejado en un charco. La noche ha vencido y me cubre cuando me abrazas, cuando tomas fuerte mi mano. El laberinto desaparece y queda una ciudad inundada de luces. Blanco y negro. Tú y yo. 

Foto de "La Ciudad de México en el tiempo"

7 de agosto de 2016

Primera primavera


Lo recuerdo como su hubiera pasado mucho tiempo, Ana. Llegaste al final del invierno, como una bocanada de aire fresco en medio de la ciudad. Me reviviste con unas cuantas de tus palabras; respiré como nunca lo había hecho. Al prinicipio fue emocionante redescubrir el cielo, las ramas recién nacidas de los árboles, tus ojos. Pero a los demonios que viven conmigo no les gustó la luz del sol ni el canto de los pajaros y comenzaron a atormentarme, jugando en las tinieblas de mis pesadillas. Me encontré a mí mismo divagando en un mundo diferente. Confundido entre el blanco de tu alma y el negro de mi interior, me enamoré. 

Decidí abrir mi alma para exhibir lo mejor de mí. Te asomaste, me escuchaste (esa tarde, el sol en tu piel) pero siempre mantuviste tu distancia y yo siempre fui acompañado por mis miedos. La primavera terminó; le sucedió el verano, luego el otoño... Desperté del sueño, como tantas veces. Sólo que ahora yo, Carlos,  había conocido lo que hay detrás de la ventana, ya no pude volver atrás. 





26 de junio de 2016

Compañera roja

Fueron años de viajes cotidianos y una que otra escapada. En los días de lluvia mantuvo a salvo mis libros, sostuvo mi lap top con todo su peso y delicadeza, soportó viajes extremos en metro (lleno, vacío, mojado, a reventar), trabajos de campo en zonas "peligrosas" de la ciudá. Guardó mis sueños y mis tristezas. Fue compañera de batalla, una guerrera de lona roja. 

Me la compraron cuando iba en los primeros semestres de la prepa. Necesitaba una mochila donde cupiera mi carpeta (de esas a las que le caben 200 hojas). Es chistoso que sus últimos días hayan coincidido con los últimos días de universidad. La despido con estas palabras porque sé que también me estoy despidiendo de una etapa de mi vida. 



Fotos de su último viaje (Cuentepec y Cuernavaca, Morelos)

27 de mayo de 2016

Temporada de mangos

En mayo comienzan las lluvias. La ciudad recibe el agua con los brazos abiertos para limpiarse la nostalgia que la inunda en estos días (además de toda la contaminación que le nubla el horizonte). Por la mañana hace calor, por la tarde llueve y no sabemos si usar huaraches o botas de lluvia. Algunos se quejan, otros disfrutan brincando charcos y buscando arcoiris en el cielo... y algunos otros, como yo, somos invadidos por una extraña tristeza. Vagamos por las calles sin sombrilla, aguardando la lluvia. Nos sorprende en alguna caminata sin rumbo y nos resguardamos en un puesto de quesadillas, dentro de una estación de metro, o en la marquecina de algún negocio.

Suerte que esta vez la lluvia me agarró acompañada.


 Apenas acercas tus labios a los mios y el mundo se desdibuja. Tu aliento se cuela en mis pulmones, inunda mi pecho. Dulce, ligero. Podría quedarme así, aquí. Respirándote de a poquito para no ahogarme ni derretirme en tus brazos.  El deseo revive con un solo rose, la urgencia de nuestros cuerpos juntos; la piel se confunde. Dónde inicia, dónde acaba... no tiene fin. Tus caricias prolongan mi cuerpo, lo descubren ahí donde no lo conocía. Y es que tus manos son como barcos navegantes del mar en tempestad. Conocen el camino, saben cómo, por dónde avanzar. 

Tras el viaje llegaremos a puerto otra vez, juntos.


 Ya es temporada de mangos, dices sonriendo mientras pelas la fruta amarilla con cuidado. Caminamos por las calles torcidas de tu barrio una mañana de domingo, con restos de sábado todavía en la piel.

6 de abril de 2016

Entre pairos y derivas

En tu abrazo azul me siento mar en calma. Toda duda, toda desesperación se apacigua. Tras de mí queda el rastro de tristeza que me condujo a ti; mis pies pequeños dibujados en la arena.

Extrañas cosquillas en el estómago, como engranes que comienzan a funcionar cuando mis ojos se encuentran con los tuyos. Se mueve adentro mio... y se terminan las palabras. Sonrío, no puedo hacer más. Sonríes, azul. 

Cierras los ojos, cierro los míos... a lo lejos escuchamos las olas de nuestro mar.


22 de marzo de 2016

Caifán



Una de las cosas que más me gusta hacer cuando voy a tu casa es salir a pasear con tu perro Caifán. Es café, flaquito y aunque tiene apenas unos meses, ya es todo un vago. Por eso nos llevamos bien. Caminamos juntos las calles del barrio y un poco más allá. Miramos a la gente, los colores de las casas, olemos los puestos de comida y escuchamos a lo lejos los aviones.  Las calles que le gustan las camina moviendo la colita, las que no, las orina.

El paseo termina siempre en el mismo lugar: el muelle. Nos detenemos frente al mar y pensamos: yo, en los kilómetros que hay que recorrer para poder estar juntos, en el fondo del horizonte, en tus ojos grandes que se miran chiquitos. Caifán piensa en lo mucho que le gustaría morder mis zapatos (ojalá no tarde en qutarselos), en el sabor que tendrán las gaviotas que vuelan cerquita, en las ciudades detrás del mar que le faltan por recorrer. De pronto, un ruido nos distrae de nuestras silenciosas reflexiones: son nuestras tripas. Lo miro divertida, me mira emocionado. Volvemos a casa contentos, casi corriendo, porque sabemos que al llegar nos esperas tú... con la comida lista.







3 de marzo de 2016

Hojas cuadriculadas

No sé si te lo dije antes; siempre me gustó verte hacer ejercicios matemáticos. Tu cara seria, el ceño levemente fruncido, tus dedos sosteniendo un lápiz que baila entre los cuadritos de una hoja. Números y signos. Líneas y curvas. Cinco, nueve, tres. Raíz. A, B, C. En el eje Y me pierdo, en el eje X me encuentro.

De pronto paras. Colocas la mano en tu barbilla, te quedas mirando el papel... pensando... pensando... ¡Viene la idea!, vuelves al lápiz. Ahora el baile es desenfrenado, loco, feliz (la alegría de eliminar términos semejantes, de evitar resolver una integral par por sus propiedades geométricas). Terminas. No sabes si tuviste éxito, si fracasaste... ¿importa?

Te miro sin entender, mientras me pregunto por qué no en hojas blancas... ¿por qué prefieres bailar en hojas cuadriculadas?



19 de febrero de 2016

Tulipanes marinos

A veces creo que vives en otra ciudad. Te añoro como si las calles que nos separan fueran un océano profundo, lejano. Me siento en la orilla del muelle y miro los barcos, imaginando que alguno de ellos te trae consigo. Pasan las olas, la gente, y cuando anochece puedo mirar a lo lejos lucesitas bailarinas: es tu ciudad. ¿Cuál de ellas es la que alumbra tu ventana? 

Todos los días son así, menos el sábado, cuando baja la marea y es posible atravesar (por un caminito de arena) el mar que nos separa .

Tumultos por aquí, tumultos por allá. El metro, las calles, una tortería, el centro. Nos dejamos conducir por mis pies, que saben el camino. Nuestras manos enlazadas embonan como si desde hacia mucho se estuvieran buscando... Qué chistoso, siendo tan distintas una de otra (tus manos grandes que sirven para cortar toronjas de los árboles, para tomar fuerte el tubo alto del trole, para guardar las muchas monedas que arroja la taquillera del metro por la ventanilla. Mis manos pequeñas que sirven para hacer cosquillas, para escribir con letra bonita, para quitarle las piedritas a los frijoles).  

Me confundo entre el azul del cielo y el azul de tu camisa. Dónde es arriba, dónde abajo. Para mirarme mejor entrecierras los ojos; yo los abro más. Cerquita. Sonríes, tus labios me invitan a bailar. Uno, dos, tres segundos sin respirar. Uno, dos, tres segundos con los ojos cerrados. Ahora sonrío yo. Cerquita. Estamos en tierra firme.

No me di cuenta; ya es de noche. La marea ha subido y es imposible volver a mi ciudad. Me miras con ojos cómplices, yo miro arriba, abajo, indecisa aún. Quizá un par de cervezas, quizá música a todo volumen, quizá flores, nuevos amigos, un par de historias de amor (jugamos a ser doctores corazón, tú y yo), un microbus loco, cumbias chilangas... nuestras manos (pequeñas, grandes) vagabundas de caricias... el sueño lo va consumiendo todo. 



El amor que sobrevive al día siguiente, 
como los tulipanes marinos que me regalaste.