Esa mujer que se pasaba las tardes mirando hacia el cielo, ¿cómo describirla? Era evidente que había sido muy bonita en su juventud, pero las canas que cubrían su largo cabello y las arrugas de su cara denotaban los años que había vivido entre edificios y calles urbanas. Todos la conocíamos, todos la saludábamos. Era divertido tener a una loca en el barrio.
Una tarde, mientras regresaba de un largo día en la escuela, la encontré sentada en una banca, mirando cómo atardecía. Me acerqué lentamente y me senté a su lado.
-¿Sabes qué se siente volar?- preguntó en voz baja. Yo negué con la cabeza.-Yo tampoco, pero muy pronto lo sabré: iré a la orilla del mar a través de las nubes.
-¿Es que no te gusta la ciudad?- busqué su mirada pero estaba posada en el horizonte.
-El tiempo pasa tan rápido que casi no lo vemos, entonces intentamos alcanzarlo. Así es que vivimos la misma rutina todos los días, todas las semanas, por varios años. Estamos tan absortos en nuestro pequeño mundo que cuando despertamos, descubrimos que nuestras piernas están enraizadas al suelo y por más que luchemos jamás podremos despegarlas. Es por esa razón que en un día despejado debemos mirar al cielo, respirar profundamente y volar… ser parte del viento, extender nuestras alas y ser libres.
Ella acarició mi cara con delicadeza. Comencé a llorar. ¿Por qué sus palabras habían atravesado mi alma? ¿hacía cuánto tiempo me habían crecido raíces? ¿no era aún demasiado tarde?
Sentada a un lado de mí se encontraba la mujer a la que había llamado loca desde que tenía memoria. La miré fijamente y no pude creer lo hermosa que se veía; sus canas blancas estaban cubiertas por los últimos rayos del sol, sus ojos llorosos estaban llenos de esperanza, mientras la falda de su vestido se movía al compás del viento. De pronto, al verla, mi alma se llenó de paz.
-No llores hija mía- dijo abrazándome.- No olvides que la tierra no es el único lugar en donde el hombre puede ser feliz.
Al día siguiente todos hablaban de lo mismo: la mujer que miraba al cielo había desaparecido.
-Quizá volverá pronto- dijo mi madre. –Después de todo, ella ha vivido toda su vida en este lugar.
Yo sabía que no, ella jamás volvería. Yo sabía que en esos momentos ella estaría lejos, a la orilla del mar.